domingo, 18 de agosto de 2013

PRELUDIO Nº 2 al seminario El adolescente de Objeto a Sujeto

EL ADOLESCENETE, EL DISCURSO DEL AMO (DEL MAESTRO?) Y EL DISCURSO DEL ANALISTA
Por Sonia Alberti.

Traducción de Clara Cecilia Mesa (Revisada por la autora)

Digo que la adolescencia es una elección del sujeto. Él  puede elegir atravesarla o no.  La única forma de representarnos el  sujeto  como responsable, en la contraposición que el psicoanálisis le impone a la ideología psicojurídica del siglo XIX, es atribuirle una responsabilidad, ejemplarmente pleiteada por Althusser, por la elección de su pathos.

En la más perfecta tradición freudiana, el sujeto hace la elección sin darse cuenta de sus consecuencias.  Elegimos la enfermedad, sea neurosis o psicosis, sin contabilizar el precio que pagará por esa elección.  Normalmente el sujeto se engaña, creyendo que no pagará ningún precio pero la única manera de elegir sin pagar un precio posterior es pagarlo a la salida.
Como elección del sujeto, la adolescencia implica pagar el precio de la separación de los padres y asumir que el Otro está tachado, está castrado.  De este modo, no es posible pensar la adolescencia sin referirse a la castración, pues el trabajo que la caracteriza, es la tentativa de elaborar la castración de alguna manera.

Los ritos iniciáticos, de los primitivos, al piercing, pasando por el grafiti, son inscripciones culturales en el cuerpo del sujeto y en su mundo que convierten [1] la castración para dar cuenta de la angustia intrínseca en ella.  El incremento de las identificaciones con el otro, en fenómenos que van de la moda y del mayor o menor cuidado con el cuerpo en las competencias grupales – deportes, grupos minoritarios, juegos, salas de Chat, el Internet-, permiten a veces más, a veces menos velar el hecho de que falta un significante en el Otro.  La pasión y las diversas formas de amar, a su vez intentan colmar la relación sexual imposible.

Si el neurótico realmente teme alguna cosa, explicó Freud, esa “cosa” dice respecto a la castración del Otro, o sea,  el teme que la falla en el Otro implique su no sustentación como sujeto.  Objeto de estudio de varios de sus textos, la castración del Otro aparece bajo la noción de “nostalgia del padre” en “El Porvenir de una Ilusión” [2]en el cual Freud nos mostró qué tan importante es para el sujeto creer que hay algo que lo soporta.  Esa importancia sería la razón de existir, por ejemplo de la religión, que le atribuye una consistencia al padre.

Como digo en “La Vacilación de la pareja en la Adolescencia”[3] texto originalmente presentado en Toulouse, la castración del Otro implica que, en el fondo sólo lo simbólico es lo único que puede sustentar la existencia del sujeto en el Otro.  Como lo simbólico no da cuenta de todo, como siempre falta un significante, falta también algo que sustente el sujeto.  Cuando falta la sustentación simbólica, tenemos la psicosis.  Volveremos sobre eso.

La adolescencia es un trabajo de elaboración de la falta en el Otro.  Muchas veces, a pesar de haber escogido hacer ese trabajo, el sujeto encuentra muchas dificultades y puede acabar escogiendo la pereza.  Dos vicisitudes inmediatas: La cobardía y con ella la depresión; y la inhibición y con ella normalmente la cobardía o el “meter los pies por las manos” Eh ahí como un adolescente puede ser asistido: En la relación con los profesores o con el psicoanalista.

PSICOSIS
En la Psicosis, la posición más radical que el sujeto puede asumir es ciertamente la que Eugen Bleuler bautizo esquizofrenia, en la cual, como dice Lacan, el sujeto está sin  el socorro de ningún discurso establecido.  Si no hay ese socorro, falta también la dimensión de llamado tan común en las multifacéticos actuaciones de nuestros adolescentes.

El sujeto  psicótico que tiene crisis en la edad en que normalmente los sujetos son adolescentes está tan sometido al Otro que no tiene ni la menor idea de cómo un día se podrá separar de él.  Las tentativas son tan variadas… y jamás resultan en una pista para una posible salida.  En “O surto esquizofrênico na adolescencia”[4] observé que normalmente son los propios padres que ya no soportan el estado en que se encuentra su hijo y por eso buscan un analista.  Es sorprendente, lo mucho que soportan hasta que lo  buscan o hasta que se preguntan si allí no hay algo que trasciende los conflictos familiares normales de la adolescencia[5]

Mientras que el adolescente hace un trabajo en vista de la pérdida  de la autoridad de los padres, el sujeto psicótico no puede hacerlo en razón de la forclusión del significante del Nombre del Padre que sustenta esa autoridad.  En tanto el adolescente anclado en el significante, elabora poco a poco la fragilidad de los revestimientos que le atribuye a la autoridad durante toda su infancia, el psicótico no puede elaborarla.

            En la imposibilidad de echar mano  del Nombre del Padre, en ese momento tan decisivo de la adolescencia, el sujeto procura  restituirle la consistencia imaginaria a la autoridad de los padres, razón por la cual, en la clínica de la esquizofrenia en la adolescencia, observamos que el sujeto se somete con extrema facilidad a la autoridad de los padres – o de quien los sustituye- cuando ya no sabe qué hacer.[6]

Es por no tener esa referencia, por, como se dice en lenguaje Lacaniano, el Nombre del Padre estar forcluido en la psicosis, que esos sujetos permanecen en la dependencia de otra referencia concreta, imposibilitados de hacer el trabajo de la adolescencia que conforme a Freud, es el desasimiento de la autoridad de los padres.  Ante la ausencia de esos padres sea por falta de investidura, sea por exceso de trabajo o por el mismo abandono (hay además, varias formas de abandono), el joven psicótico puede encontrar quien quiera “hacer de cuenta” que los sustituye, con las más diversas intenciones.  El actual lucro del tráfico de drogas, ciertamente no es la única.[7]

Es el intento por restablecer alguna investidura y alguna consistencia lo que hace que el sujeto psicótico le atribuya al otro, alguna proximidad.  Esta se dará, si mucho en los moldes narcisistas y en el mejor de los casos, por preservar una gestalt imaginaria, con todos los riesgos que la relación imaginaria conlleva.  Hay casos en los cuales la investidura tiene una única finalidad: incrementar el goce del cuerpo que , aún así estará siempre a merced del goce del Otro.  En la experiencia invasora del cuerpo, presente tanto en la hipocondría melancólica – tal como fue descrita por Cotard- como  en el despedazamiento esquizofrénico, el cuerpo deja de ser propio, él es del Otro.  En la esquizofrenia, el “Otro toma cuerpo” haciendo presente una alteridad que goza en la economía pulsional del sujeto; en el que la pulsión, sin pasar por otro objeto, retorna directamente sobre ese cuerpo.  Preso en esa economía, cuya experiencia, cada día se torna más invasora y terrible, la necesidad   por un punto de basta es también cada vez más insoportable.  Es el momento en el cual presenciamos el pasaje al acto en las psicosis.

ASISTENCIA
Propongo que el psicótico puede ser atendido tanto por los maestros como por el psicoanalista.  Diría más, esas propuestas si bien son muy diferentes, no son excluyentes.  Ambas pueden ser encontradas en la obra de Freud.  El maestro y el adolescente fueron trabajados por él una conferencia en conmemoración del aniversario de su Colegio,  y  en su análisis de “El despertar de la Primavera”[8] , de Frank Wedekind.  Más allá de eso, entre los casos que fundamentaron la técnica psicoanalítica, uno de los más importantes se basa en el trabajo con una adolescente: el Caso Dora.

Lo que distingue particularmente el maestro del psicoanalista es la posición que cada uno toma frente al sujeto adolescente.  Esa posición fue estudiada por Jacques Lacan, sobretodo a partir de “El seminario, libro 17: El Reverso del Psicoanálisis  (1969-1970), en el cual propone la existencia de cuatro discursos que hacen lazo social, entre ellos, el discurso del amo y el discurso del analista.  En el discurso del amo, el agente es el S1; en el discurso del analista, el agente es el objeto “a”.  es toda la diferencia:  Cuando el objeto “a” es el agente , el otro es un sujeto, y es como tal que el analista se dirige al adolescente, para hacerlo hablar y hacerlo producir su propia determinación: descubrir su inconsciente y verificar lo que determina su sufrimiento, a fin de descubrirse como sujeto deseante.  Cuando el agente es S1, conforme al modelo hegeliano, el otro es esclavo y debe trabajar en pro del amo satisfaciendo sus deseos y demandas.  El texto de Frank Wedwkind ya nos dio la oportunidad de verificarlo.

Hay dos leyes posibles de ser transmitidas por la escuela: La vehiculizada por la función paterna tachando el deseo del Otro, o sea la ley que castra al Otro, y la ley de pura interdicción, que no sustenta al sujeto deseante, sino que lo tiraniza, exigiéndole que trabaje y deje su propio deseo para después.  Es esa segunda forma de la ley que aparece en el texto de Wedekind, en la descripción de la experiencia del personaje Moritz:
Melchior- Yo sólo quería saber  por qué es que la gente vino a parar a este mundo
Moritz: - Para ir al  Colegio.  Yo preferiría ser un burro de carga a ir al Colegio!  Para qué vamos al Colegio? Para hacer los exámenes! Y para qué los exámenes? Para ser dejados caer[9]
                                                         
Esto nos apunta a la relación posible entre el maestro y el alumno como semejante a aquella de la que Schreber habla cuando dice que  no importa lo que haga, Dios podrá dejarlo caer en cualquier momento.  Dios es para Schreber un Otro omnipotente y sin límites, una autoridad absoluta, el Otro no tachado.  Ese Otro sin límites es, en el caso de Moritz, el profesor, que no se inmuta con cualquier llamado del alumno, destituyéndolo como sujeto.  Fue sobre eso, de hecho, que Freud habló en su contribución al Simposio sobre el Suicidio en la Sociedad Psicoanalítica de Viena en 1910[10], al indicar que los maestros se deberían ocupar más en darle apoyo  a los alumnos a partir del lugar de la función paterna.  No es desde ese lugar que actúan los profesores de Moritz.  Al contrario, ellos los dejan caer, y él se suicida.

La palabra del padre de Moritz, rechazando el hijo en la ceremonia de su entierro, confirma esa hipótesis.  Él dice, con la voz embargada por las lágrimas: “El muchacho no era mío, el muchacho no era mío, desde pequeño no me agradaba ese muchacho”  En vez de la función de soporte  que el padre asume en el momento en que barra la madre diciendo: “El muchacho también es mío y por lo tanto usted no puede hacer con él lo que usted quiera”, el padre de Moritz escoge no ejercer la ley que abrirá para su hijo el camino para el deseo; la única cosa que quería es que el hijo estudiase para realizar lo que él no conseguiría.

Otro pasaje de la pieza  denuncia la manera por la cual la ley de la pura interdicción masacra al muchacho, que, sin saber como escapar de ese Otro avasallador, comienza a engañarse él mismo:

Moritz: - Ellos van a tener que reprobar siete.  En el grupo del año que viene sólo caben 60 alumnos
[...]
Moritz: - Yo pasé Melchior, yo fui aprobado, yo pasé [En realidad, Moritz no pasó]
Lämmermeier: - Usted no debe tener  derecho! Sacando a los otros, con usted y Ernst la clase queda con 61 alumnos y el número de cupos vacantes es de 60.
Moritz: -  Es por eso que yo demoré! Allá estaba escrito que nosotros dos pasaríamos con una condición:  En el primer semestre ellos van a escoger quien se va a quedar.  O él o yo.  Desgraciado del Robel! Desgraciado! Ahora, yo juro: no tengo ningún miedo.
Lämmermier: - La vacante va a quedar con él, apuesto cinco marcos!

El concurso por una vacante en una clase superior destituye subjetivamente al alumno, que entra en total angustia y pasa a negar la situación.  Es tal la angustia frente a la destitución subjetiva que, en el caso de Moritz el yo se afirma en un movimiento megalomaníaco de omnipotencia ante la posibilidad de la pérdida narcisista.  El sujeto puede o no montar tales defensas. En el caso en que su recurso a la metáfora paterna sea escaso, el sujeto es  ahí capturado en la irrealización, a través de  la ley salvaje de la competencia que la escuela de la pieza adopta del mundo del mercado   En el caso de Moritz frente a esa pérdida – pues en la realidad él  efectivamente no pasó el año – no le queda otra  alternativa sino el suicidio.

Es muy distinta la educación como acto de amor, que también puede ser verificada en el caso de Moritz.  La Señora Gabor, madre de Melchior, el mejor amigo de Moritz, fue siempre muy amable con él.  Cuando Moritz se ve dejado caer, aún tiene la idea de pedirle a la señora Gabor una ayuda financiera para huir hacia los Estados Unidos, pero ella no lo puede ayudar, pues ella identificada como todas las madres, cree en la posibilidad de que Moritz pueda resolver sus cosas con sus padres.

Sra Gabor: -[ ... ] Si yo procediese de esa manera estaría cometiendo el mayor error que jamás se podría imaginar, yo le estaría dando medios para  que usted cometiera un acto de irreflexión lleno de consecuencias.  Sería injusto de su parte Moritz, si usted viese en mi actitud cualquier señal de desprecio, pero por favor, mi amigo, entienda, muy al contrario, mi actitud es un acto de amor[...] Usted escribió que si su huida no fuera posible su única alternativa sería el suicidio!  Escribiendo eso, indirectamente, usted me está amenazando!

Con esas palabras la Sra. Gabor muestra como se identifica subjetivamente con aquel a quien Moritz le dirige su llamado,  a punto de hablar de amor en el momento en que Moritz solicita a un Otro que no esté narcisistamente, al menos una vez, en el camino de su propio deseo.  El amor, aquí como en tantas otras veces, no es el que implica un don, sino, el amor narcisista de la Sra Gabor  que se otorga el derecho de saber mas sobre Moritz  que lo que sabe él mismo. Una señora que se hinchó narcisistamente frente al hecho de haber sido elegida por el joven como aquella a quien debía dirigir su demanda de ver franqueada la vía del deseo.

Pero una vez el texto de Wedekind revela las falacias que pueden estar implicadas en la relación del adolescente con el maestro (amo): la creencia en el amor.  En el caso del analista, lo mínimo que se podría esperar sería un “hábleme más sobre eso” provocando el sujeto para la subjetivación de su propia pregunta.

El Sr. Gabor es muy diferente a su esposa: Cuando se trata de su propio hijo, su actitud es un ejemplo de lo que en 1956 Lacan llamó “el amor como un don”[11]
Sr. Gabor: [Hablando con su esposa después de que Melchior ha sido descubierto y, por tanto, expulsado de la escuela por sus actitudes] – Durante 14 años vengo observando sus métodos modernos de educación sin decir ni una palabra.  14 años y yo nunca dije nada [... ]  Un niño no es un juguete! El niño merece de nuestra parte una atención más sagrada! [...] Ahora lo único que yo quiero hacer es remediar el daño que nosotros, usted y yo le hicimos a nuestro hijo! [...] si quisiéramos mantener por lo menos una luz de esperanza y si, además de todo quisiéramos tener la conciencia tranquila como padres responsables por un hijo acusado de criminal, nos llegó el momento.  Es hora de tomar una actitud.  Necesitamos tener seriedad, de una vez por todas. [...] Por lo menos una vez en la vida, olvídate de ti y pon a tu hijo en primer

Se trata aquí del amor como don, de olvidarse de si para sostener al otro, función  del padre para el sujeto (cf. Seminario 4 de Lacan), lo que es totalmente diferente de la actitud del amor narcisista identificado en el discurso de la Sra Gabor cuando se dirigía a Moritz. Con el amor como don, el padre de Melchior se implica y, por eso, sabe que tendrá que perder alguna cosa.  Ese padre asume la función paterna de sostener a su hijo tachando a la madre, que como él mismo dice en otro momento del texto, se ve en el muchacho.  Ese padre, lejos de eso, se presenta dividido sufriendo por la posición que se ve obligado a tomar como padre, una posición que no tomara como debería, mostrando que falló, que tanto él como su esposa le hicieran mal a su hijo.



Hay por tanto dos posiciones en juego: la ley del padre que “necesita tener seriedad, tomar una actitud para poder tener la conciencia tranquila” y el deseo de la madre, que se identifica con Melchior, que lo quiere reflejado en ella.  Sin embargo, es la actitud del Sr. Gabor  la que le abre a Melchior la posibilidad  de encontrar al hombre enmascarado, personaje de Wedekind que Lacan  identificó con uno de los Nombres del Padre de los cuales Melchior se podrá servir.

En efecto, en su prefacio a la edición francesa de la pieza, Lacan dice que el Hombre de la Máscara es el  Nombre del Padre de Melchior, pero el nombre como ex – sistencia, el semblante por excelencia- “[...] solamente la máscara existirá en el lugar vacío”[12].

El Hombre de la Máscara le recomienda a Melchior que le deje de atribuir tanta significación a los hechos ocurridos  y que se tome una sopa bien caliente para que se sienta mejor.  La primera función del Hombre de la Máscara es vaciar de sentido las escenas de los últimos meses  y garantizar que ese vaciamiento no haga que Melchior pierda todas sus referencias, puesto que él, el Hombre de la Máscara, estará siempre a su lado, para acompañarlo.  En  otras palabras, él apunta que la función del padre operó pero eso no lo implica en el lugar del padre.  El Hombre de la máscara no es el padre, pero el resto de significante  del padre que le permite a Melchior una referencia simbólica, que, aún así, alude a un más allá del padre. Cuando el Hombre de la Máscara seduce a Melchior a conocer el mundo, como Mephisto para Fausto, él asume esa forma híbrida a la cual hace referencia Lacan al mostrar la asociación entre EL Hombre de la Máscara y La Mujer como versión del padre.  La Otra para siempre en su goce.
El habla terapéutica:
Hombre de la Máscara: -[...] Yo te quiero abrir las puertas del mundo. Tu quieres? Tú estás asustado, completamente perdido, pero eso pasa.  Tú estás en un estado lamentable, con una cena caliente en el estómago, te reirás de eso.
Es en ese punto que encuentro el campo de intersección entre el discurso del amo y el discurso del analista.  El analista tampoco es el padre, y si él no se mantiene al lado del sujeto para siempre, como hace el Hombre de la Máscara, es sólo porque puede convocar el sujeto a elaborar su travesía para ir más allá del padre, sirviéndose  de él, dejando caer al analista, en el movimiento inverso de aquel que identificamos en el sujeto, sujetado al discurso del amo.  Pero no siempre eso es franqueado al analista: es posible que, como se dan en las psicosis, el sujeto no se pueda servir del padre.  Incluso, en ese contexto, sin embargo,  su lugar será diferente del lugar ocupado en el discurso del amo.



[1] Convierten  (la idea es  utilizar la misma palabra que la del síntoma histérico porque se pretende enfatizar que estas inscripciones en las gestalten son análogas a las conversiones histéricas Sugerencia de traducción de la autora
[2] FREUD,  Sigmund. “Die Zukunft einer Illusion”. In Studienausgabe, vol. IX.  Frankfurt: S. Fischer, 1972. Cf. También FREUD, Sigmund. “Zur Psychologie des Gymnasiasten” (1914). In Studienausgabe,  vol. IV, idem.  Ver en Español :  FREUD, Sigmund, en Obras Completas « El Porvenir de una Ilusión”, Vol III y « La Psicología del Colegial” en Vol II En Editorial Biblioteca Nueva.
[3] ALBERTI, Sonia. “Vacillation du sujet dans l’adolescence”, Trèfle - Bulletin de L’Association Freud avec Lacan, n. 2. Toulouse, 1999, p. 63-79
[4] ALBERTI, Sonia (org.) Autismo e Esquizofrenia na clínica da esquize.  Río de Janeiro: Ríos Ambiciosos, 1999.
[5] ALBERTI, Sonia.  Esse Sujeito Adolescente.  (1996) Rio de Janeiro: Rios Ambiciosos, 1999, pag. 119.

[6] ALBERTI, Sonia.  Esse Sujeito Adolescente.  Idem, pag. 123.
[7] (¿explico para acrecentar al texto:) de esas otras intenciones. Como pudo observar en un trabajo presentado en 1999 en jornada del Centro Minero de Toxicomanía intitulada “Psicóticos e adolescentes: por que se drogam tanto?”, innumerables casos de adolescentes toxicómanos muestran como el trafico pudo aprender a servirse de las psicosis justamente porque el sujeto psicótico busca a un otro que tiene una consistencia.

[8] WEDEKIND, Frank. L’éveil du printemps (1891). Paris: Gallimard, 1974.
[9] Idem.
[10] FREUD, Sigmund. “Suicide in childhood” (1910). In Minutes of the Viena Psychoanalytical Society. New York: International University Press Inc., 1967. Vol. II.
[11] LACAN, Jacques. . (1956-7). Le Séminaire, Livre IV: La relation d’objet.  Paris : Seuil, 1994.
[12] LACAN, Jacques. (1974) . “Préface à L’évil du printemps”. Autres écrits. Paris, Seuil, 2001, p.561-4.

sábado, 17 de agosto de 2013

PRELUDIO Nº 1 al Seminario el Adolescente de Objeto a Sujeto

EL ADOLESCENTE Y EL OTRO


POR SONIA ALBERTI
Traducción por Clara Cecilia Mesa
(No revisada por la autora)

INTRODUCCIÓN

“Hoy no hay mujer de la vida que no sea eterómana,
usan morfina… Y los muchachos imitan! Después las dolencias!...
…En poco tiempo Carlos estaba sifilítico y otras cosas
Horribles, un perdido!...Usted comprende…mi deber es
Salvar nuestro hijo…Por eso, Fräulein prepara el muchacho.
Y evitamos quien sabe? Hasta un desastre!... Un Desastre!
(Mario de Andrade, Amar Verbo intransitivo, 1927)



Para quien ya leyó Amar, Verbo Intransitivo, de Mario de Andrade, tal vez no habrá pasado desapercibida la amplitud de la preocupación del padre de Carlos con relación a su formación, al punto de haber contratado a Fräulein  Elsa para iniciarlo en el amor.  En aquel tiempo, que no está tan lejos, no sólo la voluntad del padre en casa era la ley (Inicialmente la madre de Carlos ni siquiera sabía para qué había sido contratada Elsa), también ´
El asumía dirigir la iniciación sexual del hijo pues su deber era salvarlo para que no se volviera un perdido , como decía.  Por más “paternalista” que esa posición nos pueda parecer ahora, había un deseo claro de sustentar la vida de su hijo.

No siempre es así, muchas veces constatamos, en relación a nuestros adolescentes, mucho más un deseo de muerte que el deseo de vida.  Pienso por ejemplo, en los menores de la matanza  de la Candelaria, en 1993, en Río de Janeiro, en relación a los cuales sólo un deseo se mostró eficiente:  el de que  ellos no existieran más.

Punto de vista bien diferente de aquel que se construye  a partir del personaje del padre de Kart, un general del ejército que hacía de su casa una extensión del cuartel en la obra El culpado no es el asesino sino el asesinado, de Fritz Werfel, publicada siete años antes de Mario Andrade haber editado su ya citado libro.  El personaje del general en el libro de Werfel, aún se asocia al del padre de Ricky Fitts, en el mas reciente “Belleza Americana”, película de Alan Ball dirigido por Sam Mendes (1999).  El coronel de la marina Fitts, recién jubilado monitorea de forma tenaz y cruel cada movimiento de su hijo adolescente, suponiéndole al final de cuentas una homosexualidad que, por cierto, es de él mismo.  Como sabemos en psicoanálisis, el padre no es el padre del deseo y ciertamente eso tiene algún papel en las internaciones de Ricky mencionadas en esa película.

Las vicisitudes sufridas por el siglo XX dislocaron el padre y su función en la familia.  Volviendo el trabajo de la adolescencia aún más difícil de lo que ya es.  Originalmente, exige de antemano un enorme esfuerzo del sujeto por el simple hecho de que la adolescencia implica un encuentro con el sexo – lo cual no se reduce a la relación sexual propiamente dicha pero, antes que eso es el encuentro del adolescente con las cuestiones sobre la asunción de una posición frente a la división de los sexos.  Ese encuentro que no puede ser evitado y del cual ni el mismo padre puede salvar a su hijo, será más o menos angustiante  de acuerdo con el sujeto..  Dos posiciones diferentes conforme el sujeto se sitúe del lado hombre o del lado mujer.  Privilegiaré las determinaciones inconscientes, o sea, las relaciones del sujeto adolescente con su propia alteridad, el Otro del inconsciente que el sujeto no reconoce como yo y que no deja de haber sido constituido a partir de la incorporación de los padres de la infancia.

El texto que sigue es necesariamente   un recorte a partir de muchos años de trabajo en la clínica con adolescentes, de lecturas, de textos literarios que demuestran que el artista sabe lo que el psicoanalista descubre, y de las vicisitudes de la articulación entre teoría y práctica que el ejercicio del psicoanálisis ritualiza en lo cotidiano.  La Adolescencia no es originalmente un concepto estudiado por el psicoanálisis, pero ni Freud ni Lacan dejaron de referirse a ella.  No sólo el psicoanalista no sabe qué es lo mejor para el adolescente, como tampoco pretende explicarlo.  Sin embargo, eso no le impide investigar en la historia, en la mitología, en la literatura y sobretodo en la clínica cual es el destino del sujeto en el momento, algunas veces aniquilador, del encuentro necesariamente fallido con lo real del sexo.

Así, querido lector, no espero ninguna explicación sobre lo que “disfunciona” en la adolescencia, mucho menos recetas para resolver sus problemas.  Lo invito, simplemente a preguntarse conmigo:  “Pero, finalmente qué es lo que es la adolescencia?” Juntos veremos qué tanto el papel de la elaboración de las pérdidas es fundamental y por eso, comenzaremos hablando de los padres.

QUÉ SON LOS PADRES PARA LOS HIJOS?

Contrario a lo que algunos imaginan un sujeto adolescente necesita mucho de sus padres.  De una forma un poco paradójica, a primera vista la presencia de los padres junto al adolescente es fundamental, antes que nada, para que el puede desempeñar su función de separación, por lo tanto es porque los padres están ahí que un adolescente puede escoger  separarse de ellos o no, quiere decir, si los padres no están presentes no podrá siquiera hacer esta elección.  Y la adolescencia es, antes que nada 1) un largo trabajo de elaboración de elecciones y 2) un largo trabajo de elaboración de la falta en el Otro como  veremos en las siguientes páginas.

No hay elección que prescinda de indicaciones y direcciones, determinantes que le son anteriores. El sujeto los recibe a lo largo de su infancia, de los padres, educadores, amigos, medios de comunicación , en fin, del mundo a su alrededor, a través de lo que le es trasmitido por la lengua hablada, escrita, visual, comunicativa o incluso por el silencio. Y puede continuar recibiendo esas mismas indicaciones, direcciones y determinantes, a lo largo de todo el proceso adolescente desde que no falte quien pueda trasmitírselos. Hay veces en que, frente a tantas reacciones adversas por parte del (a) hijo (a), los padres desisten de desempeñar su función de padres, entienden que no son más escuchados, tomados en serio, respetados, y entonces, levantando los hombros, desisten. Ahí, son los padres los que se separan de los hijos antes de que estos puedan separarse de ellos, invirtiendo los papeles, de forma que la única solución encontrada por el adolescente en ese momento en que se ve abandonado, es la de luchar desesperadamente por la atención de aquellos. Comienza entonces la serie infinita de dificultades y problemas de la adolescencia que será tanto mayor cuanto menor hubieren sido justamente las referencias primarias imprescindibles para el ejercicio de las elecciones.

Para los padres, a su vez, es difícil, y a veces muy difícil, soportar la adolescencia de sus hijos. Por  haber vivido diseccionado por los padres durante la mayor parte de toda su existencia hasta aquí, los adolescentes conocen no solamente los puntos fuertes si no también los punto débiles del padre y de la madre…. Y es n el momento en que comienzan a desempeñar la vía de la separación que justamente se arman de ese conocimiento para apartarse de los  padres, criticarlos y alcanzarlos en la médula en la esencia, darles pues en el corazón con el único fin de debitarlos. Es preciso una vez más una buena dosis de investidura, de donde amor, de apuesta de parte de los padres, para soportar su propio aniquilamiento a través de los hijos, única manera de que no se identifiquen con la consecuente pérdida narcisista. Eso no solamente no es fácil si no a veces imposible, razón de no haber padres ideales del adolescente pero simplemente sus padres, que lo ayudaran, en la medida de lo posible, a atravesar  el proceso descrito por Freud como el de la construcción de un túnel, cavando por los dos lados, no siempre en línea recta  pero suficientemente estructurado para permitir la travesía. Algunas veces una ayuda externa puede ser de gran valor.

Puede ser de gran ayuda para los hijos la percepción de que no se debe descartar  sus propios parámetros inclusive si se consideran anticuados, desarticulados, claudicantes, pues a pesar de tales calificativos, no dejan de ser eferencias y. como he dicho, a priori necesarias para cualquier tipo de elección. Si fueran consideradas a penas como parámetros, podrían no solo permitir si no incluso engendrar la capacidad de elección de los hijos, que elegirán seguirlos o no, o seguirlos no todos o inclusive asumir como propias las elecciones de los padres. Y no hay nada más propio de la adolescencia que poder seleccionar: esto sí, aquello no. Si los padres pueden demostrar saber seleccionar, por qué el hijo no heredaría esa capacidad?. Para poder trasmitir la capacidad propia de selección, es nuevamente fundamental saber que ella se ejerce a partir de las referencias anteriores, que determinan las elecciones de cada uno y que no siempre los parámetros de uno serán los parámetros para otro,  que ni todas las referencias de los padres, servirán para los hijos. Finalmente es necesario saber que padre y madre no son sinónimo de referencia, si no conceptos que comportan tal importancia para los hijos que estos, incluso no asumiendo parte de los parámetros de aquellos, de forma alguna deja de ser sus hijos por eso. Lo que los padres comportan para los hijos jamás podrá ser totalmente dicho, independiente del desarrollo de las ciencias y de las artes. También es verdad lo contrario: jamás se sabrá decir completamente lo que es un hijo para cada uno de sus padres.

Desde sus primeras hipótesis Sigmund Freud observaba: la primera, y por esos más intensa relación de un bebé con el mundo en que nace, se da a través de un Otro que lo preexiste, hace de él un objeto privilegiado de sus intereses e influencia el bebé de tal forma que él será necesariamente el producto de la relación de ambos – el Otro y el mismo. Sí el Otro preexiste al sujeto es también para engendrarlo. El primer Otro, para el bebé, implica necesariamente a los padres, o sus sustitutos, lo que viene a ser lo mismo. El concepto de Otro, en al realidad establecida por Jacques Lacan, consiste, antes que nada, en la referencia a un alteridad: afirmar la presencia de Otro engendra una noción de yo diferenciado.

Se escribe Otro con mayúscula inicialmente por una razón muy simple:  no se trata de otro cualquiera, él tiene una especificidad en relación a los tantos otros con los cuales el sujeto tendrá relación, la que sea, además, de la preexistencia, la de ser la única instancia a la cual el bebe puede intentar llamar en su desamparo fundamental, como decía Freud.

A medida que el bebe crecé y hace sus propias experiencias de vida incorpora la alteridad de forma que ella determina su propia constitución. El sujeto adolescente ya hace una cantidad suficiente de experiencias para que ése Otro haga parte de él, lo que no impide que busque reconocerlo en sustitutos a lo largo de toda su existencia. En la realidad. Podemos decir que el propio inconsciente del Otro es ése Otro ahora,  alteridad que el yo del sujeto no reconoce como siendo él. Yo diría inclusive que ése es un parámetro determinante para establecernos al final de la infancia: la definitiva incorporación del Otro de la infancia de manera que el sujeto no sea más tan dependiente de la idealización de los padres de su infancia. Todo niño idealiza de alguna manera sus padres pero a medida que él crece, percibe sus fallas de manera que el terreno se va preparando para el proceso de separación de la adolescencia.

La separación en cuestión no es del Otro ahora incorporado si no de los padres imaginarizados e idealizados, y sólo podrá suceder si la incorporación de los padres – como diría Freud  a propósito del  período que llamó latencia  tuvo éxito. Cuanto más sólida tal incorporación mayor habrá sido la herencia de los padres que servirá como recurso para el sujeto adolescente actuar con sus propias decisiones. Pues, a pesa de no reconocer al Otro como yo el sujeto es siempre efecto del inconsciente.

Para Freud hay una gran diferencia entre el yo y el sujeto, a pesar de encontramos en algunos puntos de su obra el ICH para nombrar ambos.  El yo, en realidad es una gestalt imaginaria que utilizo para identificar y diferenciar dos otros; el sujeto, a su vez es siempre efecto del lenguaje y sorprende por no poder ser previamente gestaltizado, por no poder estar referido a un imagen. De ahí también la clínica Psicoanalítica solo puede existir donde hay habla; en Psicoanálisis el sujeto es aquel que habla, la clínica siendo el ejercicio de advenimiento del sujeto a través de su palabra. Muchas veces el yo puede resistir el advenimiento del sujeto, impidiendo que hable, por inhibición, por cobardía, por repetición de un modo de ser que impide el surgimiento del deseo. Pues si hay realmente alfo que caracterice al sujeto es el hecho de él necesariamente ejercerse  en los diferentes  discursos como sujeto del deseo – l sujeto es el deseo, en el sentido amplio del término.

Freud decía que el deseo e inconsciente, o sea, todo deseo es deseo del Otro, lo que podemos constatar de paso en al relación del bebé con el Otro primordial: sí el bebe tiene una madre suficientemente buena, como diría D. W
Winnicott, es por que está motivada a humanizar a su hijo a partir de un deseo que ella no sabe expresar ciertamente pero que está ahí definitivamente. El concepto Winnicottiano viene bien aquí por que cuando se trata del deseo no hay modelo, prescripción y ni un mismo patrón a ser seguido. Sólo después, como todo en Psicoanálisis se da una definición de lo que fue una madre para su hijo. Es del deseo de ella que nacen las demandas del bebe, o sea, que él puede comenzar a expresar lo que quiere del Otro. A su vez, si es una madre suficientemente buena, al humanizar su hijo, también ella tendrá demandas que le dirigirá a él, y que el podrá no querer satisfacer para dejar abierto el espacio del deseo – del lado de la demanda, que no puede ser exactamente expresado, pero que es toda una razón de vivir.

Es por haber heredado la posición de deseante de sus padres que el adolescente ya no satisface las demandas de ellos.  Se dice , comúnmente, que ahora él “piensa con su propia cabeza”. Es verdad, pero, sobre todo por que él  soporta no satisfacer más las demandas de los padres, ya no teme más la pérdida del amor de ellos, en parte por ya haber tenido pruebas suficientes de que no se pierde fácilmente, y en parte por que ya no es eso lo que más le interesa.  El adolescente se experimenta como autor de un deseo que no está allá donde localizaba antes el mayor peso de sus relaciones:  en la demanda de amor par garantizar una protección contra el desamparo fundamental.-

Para poderse desempeñar como sujeto del deseo es preciso que el adolescente no se engañe con las demandas de amor  que no dejan de ser una tentativa de velar le hecho de las imposibilidades.  El adolescente debe saber que no hay como escapar del desamparo fundamental intrínseco al ser humano, por más dolorosa que sea esa constatación, él ya sabe que el Otro no puede protegerlo apenas enriquecerlo con algún recurso para encarar el desamparo solo. Hay varios nombres en Psicoanálisis para ello el más divulgado es el concepto de castración. Inspirado en mitos y rituales de una serie infinita de culturas, Freud puede constatar en ellas que las prácticas de castración  son inscripciones, en el cuerpo, de los límites que cada sujeto debe observar frente a las leyes que humanizan.  Hoy, en la cultura occidental, la castración pretende ser puramente simbólica y la imposibilidades  son transmitidas simbólicamente, al menos en principio. Para acceder al deseo es necesario el reconocimiento de la castración de la cual, sin embargo, el deseo se alimenta!. Los padres también están castrados y es por eso que el hijo puede dejarlos, llevado consigo el mejor equipaje que pueden recoger!. Poder encara el desamparo, las imposibilidades, someterse a la castración simbólica es el largo trabajo de elaboración de la falta en el Otro que se ha dicho con respecto a la adolescencia.


Durante todo el proceso de la adolescencia habrá momentos en los que el sujeto necesitará retornar rápidamente a la ya ilusoria relación que mantenía con los padres. Un puerto seguro en sus tentativas exhaustivas de soportar la separación. Pero a medida que le proceso se concluye, y si el sujeto no resiste tanto al inconsciente que lo determina – La Otra Escena donde está su deseo – ya no es en los brazos de la madre ni en el cuello del padre en donde  el sujeto encuentra recursos si no en el Otro del inconsciente con todas sus herencias que le sirven de bastón.