La palabra educación está asociada a conducta o
comportamiento delineado, y la pregunta obvia es: ¿qué es lo que hay que
educar? Una posible respuesta sería, educar la pulsión, o en su defecto, los
efectos de la represión. Dicho de otra manera los educadores administran
síntomas, unos académicos y de aprendizaje otros de comportamiento.
¿Puede el psicoanálisis ayudar a prevenir dificultades
futuras? En algún momento Freud creyó que sí. En el prólogo a Oskar Pfister
para un libro sobre la importancia del psicoanálisis para la educación, Freud
ya se lo preguntaba, veamos:
Así las cosas, surge naturalmente esta pregunta: ¿No
se deberá emplear el psicoanálisis a los fines de la educación, como en su
tiempo se lo hizo con la sugestión hipnótica? Las ventajas serían evidentes. El
educador, por una parte, está preparado, en virtud de su conocimiento de las
predisposiciones humanas universales de la infancia, para colegir entre las
disposiciones infantiles aquellas que amenazan con un desenlace indeseado, y si
el psicoanálisis posee influjo sobre tales orientaciones del desarrollo, el
educador podrá aplicarlo antes que se instalen los signos de una evolución
desfavorable. Vale decir que podrá obrar con ayuda del psicoanálisis,
profilácticamente, sobre el niño todavía sano. Por otra parte, puede notar los
primeros indicios de un desarrollo hacia la neurosis o hacia la perversión, y
resguardar al niño de su ulterior avance en una época en que nunca lo llevarían
al médico, por una serie de razones. Uno tiende a creer que esa actividad
psicoanalítica del educador -y del pastor de almas, su equivalente en los
países protestantes- no podría menos que producir inestimables frutos y a menudo
volver superflua la actividad del médico[2].
Vemos un Freud muy idealista, tanto
con respecto a las posibilidades de la educación y del educador, como del
psicoanálisis. Se trataría de un educador que aplica el psicoanálisis. Teniendo en cuenta la precisión que nos hace Jacques
Lacan sobre el psicoanálisis aplicado como siendo lo que se hace en consulta
con un paciente que lo demanda, podríamos pensar que si el maestro lo aplica es
porque sería psicoanalista, a menos que para esta época ser psicoanalista
implicara poseer conocimientos teóricos de esta disciplina, lo que nos permite
preguntarnos: ¿en qué consistiría tal “actividad del psicoanálisis” de la que
habla Freud?. También podemos preguntar si Freud está hablando de aplicar una
teoría y en ese caso la pregunta sería ¿De qué manera el psicoanálisis, como
teoría, se “aplica” a la educación con miras a la profilaxis?
Justamente párrafos atrás nos ha
dicho que se trata del psicoanálisis
como psicoterapia. Hoy no creemos, con Jacques Lacan, que este sea el fin o el
objetivo de un psicoanálisis, orientarlo por esta vía puede llevarnos a
perdernos y a perder su especificidad. Mucho menos creer que el psicoanálisis
tenga un método, un secreto, una maniobra que permita hacer profilaxis. Seguramente una experiencia analítica
temprana para un niño podría ahorrar
algún sufrimiento posterior, pero no es garantía de que eso pueda pasar.
Lo más importante es tener claro que
educar y psicoanalizar son dos ejercicios opuestos porque, mientras el primero
tiene que sofrenar las manifestaciones pulsionales, el segundo da vía libre
para ser pasadas a la palabra, y al acto por la repetición en la cura, es
decir, en la transferencia pero bajo la modalidad de la reelaboración o Ducharbeitung que se convierte en la
base para esta misma. La educación no es un ejercicio de la asociación libre,
Freud lo dice de manera clara:“La educación quiere cuidar que de ciertas
disposiciones {constitucionales} e inclinaciones del niño no salga nada dañino para
el individuo o la sociedad”[3] Si bien
él consideraba que podían prevenir algo con su ejercicio, lo que es muy preciso
es que la educación tiene un propósito muy claro de sofrenar, de limitar.
En este sentido, el
educador no puede ser psicoanalista al mismo tiempo en su aula de clase, puede
serlo por fuera del salón de clase, en su consultorio, si ha pasado por las condiciones
necesarias para serlo; la primera y más importante, por un análisis a partir del cual se ha
autorizado, otras tales como el conocimiento teórico son secundarias al lado de
esta. Ser analista entonces, en el aula, no es aplicar la teoría, aunque
algunos asuntos de ella le pueden servir para conducirse como educador, por
ejemplo, saber del inconsciente le permitirá contar con la posibilidad de la
emergencia del síntoma, pero deberá contar con que hasta allí llega lo que puede hacer y que
deberá derivar u orientar a un niño a un analista para hacerse cargo de lo que le corresponde en eso
que le pasa. Es que la teoría no es una herramienta, un molde aplicable, la
teoría explica pero no es la que cura. También sabemos que el texto de Freud Tres ensayos para una teoría sexual ha
inspirado a muchos educadores en su oficio, para pensar el famoso “proyecto de
educación sexual” impuesto por el ministerio a los educadores y a las
instituciones. Si bien no logran prevenir los embarazos y las enfermedades de
transmisión sexual, por lo menos cuentan con que el niño tiene sexualidad. Es pues un empleo muy limitado el del
psicoanálisis en forma directa.
Pero si este educador ha sido
analizado, seguramente, su experiencia le permitirá descubrir la razón por la
cual se ubica como educador. Pongo un ejemplo: Una paciente que trabaja en una
institución de niños con un cierto nivel de abandono, ejerce como psicóloga y
entre sus funciones están actividades de tipo educativo. Aunque lleve mucho
tiempo de análisis no se autoriza como analista, pero su trabajo personal en la
experiencia analítica le ha permitido descubrir que este tipo de trabajo
responde a un síntoma en ella que podemos enunciar como “proteger a los niños
de una manera distinta al abandono al
que ella fue sometida”, estar
avisada de esto, le permite acercarse con cierta cautela a quienes son sujetos
de su trabajo, pero no le permite resolver el efecto que hace en cada uno de
ellos su propia experiencia de abandono, la de los alumnos. Aquí la injerencia
del psicoanálisis en la educación es apenas tangencial y limitada.
Hay un equívoco muy común, el de
creer que, en la medida en que la
educación es la responsable de la neurosis, del síntoma, por la represión que
de alguna manera promueve, una educación más liberal ahorraría tales síntomas.
Freud lo creyó así en algún momento, especialmente en el texto El interés del psicoanálisis para las
ciencias no psicológicas, en su aparatado “El interés pedagógico”, voy a
citar un párrafo y a comentarlo:
Cuando los educadores se hayan familiarizado con los
resultados del psicoanálisis hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases
del desarrollo infantil y, entre otras cosas, no correrán el riesgo de
sobrestimar las mociones pulsionales socialmente inservibles o perversas que
afloren en el niño. Más bien se abstendrán de intentar una sofocación violenta
de esas mociones cuando se enteren de que tales intervenciones a menudo
producen unos resultados no menos indeseados que la misma mala conducta que la
educación teme dejar pasar en el niño. Una violenta sofocación desde afuera de
unas pulsiones intensas en el niño nunca las extingue ni permite su gobierno,
sino que consigue una represión en virtud de la cual se establece la
inclinación a contraer más tarde una neurosis.
El psicoanálisis tiene a
menudo oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir enfermedades
nerviosas la severidad inoportuna e ininteligente de la educación, o bien a
expensas de cuántas pérdidas en la capacidad de producir y de gozar se obtiene
la normalidad exigida. Pero puede también enseñar cuán valiosas contribuciones
a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del
niño cuando no son sometidas a la represión, sino apartadas de sus metas
originarias y dirigidas a unas más valiosas, en virtud del proceso de la
llamada sublimación. Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas
formaciones reactivas y sublimaciones sobre el terreno de las peores
disposiciones {constitucionales}.La educación debería poner un cuidado extremo
en no cegar estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los
procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia el buen camino. En
manos de una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis descansa cuanto podemos
esperar de una profilaxis individual de las neurosis.[4]
Es evidente que para Freud la
responsable de la neurosis es la educación. Pero que además, lo que pasa en el
niño es el efecto de un “desarrollo”. Si
bien cree que un maestro enterado de la sexualidad infantil, no se horrorizará
ahora de las manifestaciones de esta en el aula o fuera de ella, esto no es suficiente para evitar el trauma
sexual ineludible que Freud piensa aquí como efecto de las limitaciones puestas
por el educador. Lejos está Freud del paso más allá que da Lacan cuando nos
introduce el trauma por la vía del lenguaje, allí donde hay algo que no puede
pasar a las palabras, un goce experimentado que no encuentra acogida en el
orden simbólico, instituyéndose en experiencia traumática, además de lo
traumático mismo por la no proporcionalidad sexual.
Igualmente vemos a Freud convencido
de que la sublimación se puede orientar, por supuesto entendida, por él aquí,
como la producción de actos valorados socialmente, tema que venimos pensando y
que toma otros rumbos en Lacan. Freud piensa que la educación puede orientar
por el buen camino. Vistas las cosas de esta manera, el psicoanálisis termina
confundiéndose con una educación, una orientación. Hoy sabemos que se trata de
otra cosa, para decirlo de manera sencilla, que el sujeto se aperciba de lo propio
que lo sitúa por fuera de la norma.
Para finalizar el comentario a esta
cita ¿qué quiere decir Freud con que “En manos de una pedagogía esclarecida por
el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de una profilaxis individual de
las neurosis”? ¿Qué sería una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis?
Tratando de poner un poco de distancia de esta perspectiva freudiana y
acercándonos más a Lacan, podríamos tomar la frase a la letra y percatarnos que
Freud creía en una juntura psicoanálisis-pedagogía, pero que esto lo sitúa del
lado de un ideal que hoy, no creo que podamos admitir.
Es verdad, la presencia de los maestros
en estos espacios es muy importante y ojalá asistieran a todas las actividades
de formación que dispensa una Escuela de psicoanálisis, pero con miras a
esclarecer las posibilidades e imposibilidades que hay entre el psicoanálisis y
la pedagogía. Una asistencia asidua permitirá, probablemente, situar los dos
planos de manera precisa, de tal forma que el uno no espere lo que no va a
llegar del otro y más bien, algo del
psicoanálisis opere para una experiencia particular que enganche el maestro en
una formación para su propio beneficio, probablemente al final tengamos un
nuevo analista.
En algunas ocasiones, hablar de esta
manera lleva al público a calificar al expositor de radical, demasiado exigente
con la teoría y la práctica del psicoanálisis, fundamentalista, ortodoxo y mil
calificativos que tienden a despreciar una posición. Esto pasará inadvertido
cuando la convicción es de un rigor necesario, exigido al psicoanálisis para no
degradar su uso. ¡Pero si Freud habló
muchas veces del psicoanálisis aplicado! Efectivamente, es en la conferencia 34
donde Freud toma partido por la aplicación del psicoanálisis a la educación y
pone como ejemplo a su hija Ana, de quien sabemos que los resultados de tal
empresa, fue un desvío del psicoanálisis.
En este texto Freud evoca la
infancia como el periodo en el que se prepara una neurosis puesto que el niño
tiene que enfrentar, según él, el dominio sobre las pulsiones y la adaptación
social. Es por esto que nunca dudó en la importancia de la clínica con niños,
cuando ya había surgido una neurosis manifiesta, pero también lo vemos pensando
en la posibilidad de una profilaxis, veamos:
La intelección de que la mayoría de nuestros niños
pasan en su desarrollo por una fase neurótica encierra el germen de un
requerimiento higiénico. Cabe preguntar si no sería oportuno acudir en auxilio
del niño con un análisis aunque no muestre indicios de perturbación y como una
medida preventiva para el cuidado de su salud, tal como hoy se vacuna contra la
difteria a niños sanos sin esperar a que contraigan esa enfermedad. El examen
de esta cuestión hoy tiene sólo un interés académico; puedo permitirme
elucidarla ante ustedes. A la gran multitud de nuestros contemporáneos ya el
mero proyecto les parecería una impiedad enorme, y es preciso resignar toda
esperanza en cuanto a conseguir que la mayoría de los padres y madres entren en
análisis. Es que semejante profilaxis de las neurosis, que probablemente sería
muy eficaz, presupone una constitución por entero diversa de la sociedad. La
consigna en favor de la aplicación del psicoanálisis a la educación se
encuentra hoy en otro lugar[5].
Si bien Freud se muestra escéptico,
cree en ello. El problema no lo sitúa en la posibilidad del psicoanálisis mismo
sino, en la organización social. Uno creería que Freud deduce entonces que lo
que se puede hacer es una educación libre que le permita al niño satisfacer sus
pulsiones de manera tranquila; pero no, cuán equivocados estamos puesto que a
renglón seguido nos dirá que esto haría un daño al mismo niño y que además el
papel de la educación es inhibir, prohibir, sofocar. Pero no se da por vencido,
porque propone una tarea imposible para el educador puesto que de este depende
que el niño no adquiera neurosis y les propone a los maestros buscar “entre la Escila
de la permisión y la Caribdis de la denegación (frustración)”[6]. Debe el maestro saber cuánto se debe
prohibir, en qué épocas y con qué medios.
Sin embargo, él mismo aprecia los
límites que la educación pueda tener en lo constitucional, ante lo cual el
maestro no puede operar de la misma manera en unos y otros, así es que les da
un beneficio de inventario al reconocer que sólo pueden intervenir, en la
prevención de los traumas infantiles. Pero no se ahorra una directriz:
Y si ahora reflexionamos sobre las difíciles tareas
planteadas al educador: discernir la peculiaridad constitucional del niño,
colegir por pequeños indicios lo que se juega en su inacabada vida anímica,
dispensarle la medida correcta de amor y al mismo tiempo mantener una cuota
eficaz de autoridad, nos diremos que la única preparación adecuada para el
oficio de pedagogo es una formación psicoanalítica profunda. Y lo mejor será
que él mismo sea analizado, pues sin una experiencia en la propia persona no es
posible adueñarse del análisis. El análisis del maestro y educador parece ser
una medida profiláctica más eficaz que el de los niños mismos, y además son muy
escasas las dificultades que se oponen a su realización[7].
Así muestra Freud el educar como una
tarea imposible, que además parte de un principio falso y es el que se puede
evitar el trauma sexual, cuando ese ya viene en germen en el niño por ser
hablante. Por otro lado sitúa el amor como la base para la formación; en este
sentido rueda papel invocando a Freud con su fórmula perfecta para el educador
ideal: aquel que sabe amar y poner límite. Sí, es cierto que esto es lo ideal,
¿pero se da? ¿Cabe dentro de los imposibles acuñados por Freud mismo?
Pero si uno avanza en el artículo
vemos a un Freud dudando de las posibilidades de la educación, puesto que
reflexiona sobre la obligatoriedad de llevar a los niños del lado de la
subordinación de un régimen social determinado, así esté equivocado, lo cual
implicaría que una educación de sesgo psicoanalítico, como la que él pensaba,
debería fijarse otra meta distinta a la de los requerimientos sociales
establecidos, sin embargo, considera que esto no le corresponde al
psicoanálisis, que no debe decidir entre los partidos. Es claro que Freud alude
a la situación social de su época y que esto le preocupaba hasta el punto de
afirmar que:
Prescindo por entero de que se rehusaría al
psicoanálisis todo influjo sobre la educación si abrazara propósitos
inconciliables con el régimen social existente. La educación psicoanalítica
asume una responsabilidad que no le han pedido si se propone modelar a sus
educandos como rebeldes. Habrá cumplido su cometido si los deja lo más sanos y
productivos posibles. En ella misma se contienen bastantes factores
revolucionarios para garantizar que no se pondrán luego del lado de la reacción
y la opresión. Y aun creo que en ningún sentido son deseables niños
revolucionarios[8].
Qué lejos estaba Freud de lo que él
mismo había descubierto, que el síntoma, es la objeción del sujeto a lo establecido,
al goce para todos, que es la reivindicación de una singularidad que hace
rebelde “por naturaleza” al niño.
Es que Freud se queda en el orden
imaginario de la causa sintomática, aquello referido por los pacientes como los
límites de la educación familiar ¿olvida Freud la elección de goce y la
responsabilidad subjetiva de tal elección? Porque, allí donde hay una queja, es
necesario ver cómo se situó el sujeto del inconsciente frente al acontecimiento
referido. Es con Lacan que podemos situar la represión del lado del orden
simbólico y Real, porque lo reprimido primordial es aquello que nos mantiene
más acá de la destrucción absoluta a la que tiende la pulsión, podríamos decir
que es una defensa intrínseca al sujeto mismo, que no hay que esperar la
educación para decir que hubo represión y entonces neurosis. Sabemos que Freud
teorizó el asunto así, pero pareciera que se olvidara de lo que su teoría
propone, a la hora de recomendar aplicarla.
A propósito del asunto en Televisión, texto que recoge una
entrevista hecha a Lacan, hay una respuesta muy interesante que toca el asunto.
La pregunta es ” Hay un rumor que
canta: si se goza tan mal, es que hay represión [répressión] sobre el sexo, y,
esto es culpa, primero de la familia, segundo de la sociedad, y particularmente
del capitalismo. La pregunta se plantea”[9]. Ante la cual Lacan responde: “Freud no dijo
que la represión [refoulement]provenga del reprimir [répression] como tal: que
(para dar una imagen) la castración se deba a que papá, a su crío que se
toquetea el pitito, le esgrima: “ te la cortaremos, ya verás, si vuelves con
eso”[10]
Una respuesta irónica en la que
Lacan nos muestra las malas lecturas que se han hecho de Freud, puesto que en
él hay que distinguir la represión originaria, de la que venía hablando, como
estructural, y las secundarias que están determinadas por esta. Además aclara
que no se trata de un malestar como efecto de
la civilización sino “malestar (síntoma) en la civilización”,[11] es
decir que es inherente a esta, malestar inevitable puesto que la civilización
se funda sobre la prohibición. Más enfáticamente y a manera de pregunta, Lacan
dirá: “¿Por qué la familia, la sociedad misma, no serían creaciones edificadas
a partir de la represión [refoulement]?”[12] Es
decir que no son la sociedad, la educación y la familia las responsables de la
represión y del síntoma. Posición radical de Lacan que debemos escuchar.
Se trata entonces de una represión
estructural, la que introduce el lenguaje que borra al sujeto mismo, llevándolo
a los confines de lo real y obligando al hablanteser
a inventar algo que explique ese real mismo, Lacan lo dice así. ”…incluso
cuando los recuerdos de la represión familiar no fuesen verdaderos, habría que
inventarlos, y uno no se priva de hacerlo.
El mito es esto: el intento de
dar forma épica a lo que se opera a partir de la estructura”[13]
¿No se dio cuenta el mismo Freud de
lo que estaba diciendo? Porque estos dos artículos que he comentado,
muestran un Freud creyente de la causa
social y educacional, o la habilidad lectora de Lacan está, justamente, en leer
entre líneas lo que hay en Freud y que él mismo no sabe. Así es un descifrador
de lo que hay en el padre del psicoanálisis.
¿Hay un viraje en la posición de
Freud con respecto a la educación? Sólo al final notamos una posición distinta,
en el prólogo al libro de August Aichhorn de 1925 en el que leemos:
“Por eso no asombra que naciese la expectativa de que
el empeñp psicoanalítico en torno del niño redundaría en beneficio de la
actividad pedagógica, la cual se propone guiarlo en su camino hacia la madurez,
ayudarlo y precaverlo de errores (…) Mi participación personal en esa
aplicación del psicoanálisis ha sido muy escasa. Tempranamente había hecho mío
el chiste sobre los tres oficios imposibles- que son: educar, curar, gobernar-,
Aunque me empeñe sumamente en la segunda de estas tareas. Más no por ello desconozco el alto valor
social que puede reclamar para sí la labor de mis amigos pedagogos.” [14]
¿Cómo así? ¿Si todo el tiempo estuvo
hablando de la educación como una posibilidad? Ahora dice que siempre la tuvo
como profesión imposible, o se conduce como Platón proponiendo una república
ideal, así no fuera posible realizarla? ¿Qué fin tendría esta perspectiva en
Freud? En este prólogo reitera la necesidad del análisis para los maestros, de
tal manera que esto les permita que el niño no sea más un enigma inaccesible
¿por qué el análisis personal permitiría a un maestro reconocer lo que es un
niño? Tal vez por el reconocimiento del niño que hay en él, sobre todo de sus
propios impulsos, de su síntoma y la posibilidad que tienen todos de defenderse
con él.
El libro de Aichhorn le sugiere
algo, veamos: “El psicoanálisis del niño puede ser aplicado por la pedagogía
como medio auxiliar, pero no es apto para reemplazarla. No sólo lo prohíben
razones prácticas, sino que lo desaconsejan reflexiones teóricas. Es previsible
que no pasará mucho tiempo hasta que el nexo entre pedagogía y empeño psicoanalítico
sea sometido a una indagación a fondo.”[15]
Afirmación lejana de la conferencia 34 en la que vimos la posibilidad de una
pedagogía psicoanalítica y con la que nos previene de leerlo a él mismo de
manera estratificada. Uno escucha programas radiales de instituciones analítica
que, seguramente de buena fe, intentan pensar todo lo que existe desde la
perspectiva humana, con el psicoanálisis, en los que se esgrime la autoridad de
Freud acerca del papel del educador, sin tomaren cuenta su evolución. Los
oyentes quedan maravillados con lo que el psicoanálisis puede hacer, pero ahí
uno se pregunta ¿qué psicoanálisis?
Si bien Freud tiene un propósito de
aplicabilidad del psicoanálisis en la educación, es con Lacan que entendemos
por qué el mismo Freud situó la educación entre las profesiones imposibles, al
lado del psicoanalizar y el gobernar. No
podemos seguir promoviendo una educación psicoanalítica, así el mismo
Freud diga que: “Cuando este ha aprendido el análisis por experiencia en su
propia persona, habilitándose para aplicarlo en apoyo de su trabajo en casos
fronterizos o mixtos, es preciso, evidentemente, concederle el derecho de
practicar el análisis, y no es lícito estorbárselo por estrechez de miras.”[16] Olvida
Freud la relación transferencial específica del psicoanálisis que para nada hay
que confundir con la que surge del vínculo maestro alumno, así se basen en el
fundamento del amor al saber. El acto del maestro es muy distinto del que está
llamado a hacer el analista, la interpretación. El saber que se pone en juego
en ambas profesiones es distinto también, mientras en la educación se trata de
un saber teórico y un saber comportarse en el medio en que se vive, el saber
del psicoanálisis es el saber del inconsciente, así mismo el sujeto del que se trata no es el mismo, mientras que el
de la educación es el yo en todos sus despliegues, el de la experiencia
analítica es el sujeto del inconsciente que no se deja educar porque no se deja
atrapar en la cadena significante desplegada en el análisis.
¿Qué puede ofrecer el psicoanálisis
a la educación? Queda claro que puede ofrecer
la experiencia para aquellos comprometidos en ella que deseen
emprenderla, pero no por el samaritanismo de ayudar a los alumnos sino porque
se sufre, así mismo el niño derivado por un maestro que conoce algo de teoría
que lo oriente, no ha analizar el niño como pensaba Freud, sino a reconocer que
la experiencia analítica es del uno por uno en el consultorio de un analista.
Cuando nos convocaron a realizar un
trabajo pensé que de esto ya había hablado muchas veces y decidí hacer uno
nuevo que es lo que he presentado, pero
no puedo dejar de recordar uno de esos otros trabajos que no me han escuchado
aquí porque fue en un espacio muy cerrado en una institución, lo que voy a
decir desde ahora hace parte de ese trabajo, no voy a transcribir todo lo que
dije sólo algunos apartes que me parecen necesarios para este. Se llamaba El afecto y los derechos del niño”
Decía entonces, que no es el niño del desarrollo el
que más nos interesa en el psicoanálisis, es el sujeto del inconsciente que no
se desarrolla sino que se estructura. El
niño del desarrollo es del que se ocupa la educación; con los mejores métodos y
herramientas se propone lograr un
objetivo: “el buen desarrollo” como medida de lo “normal” como patrón que sirve
para saber cuando uno de ellos se sale de la media, de la común medida porque
algo salta, irrumpe como intruso, no sólo perturbando la homogeneidad, sino
interrogándola. Algo hace síntoma para
otro, maestro, padre o adulto que está ahí como soporte para que un sujeto se
haga representar. Así estamos entonces
en otra dimensión, en otro lugar, desconocido tanto para el mismo niño como
para el adulto sorprendido. Lugar en el
que la particularidad del uno por uno de los niños se hace ver, particularidad
que asusta y que hace consultar por lo que llamamos el “niño problema”. Niño del desarrollo entonces perturbado por
ese otro del que hablo, el niño de la estructura inconsciente.
Si bien no es el niño del desarrollo, el de la
inteligencia, el de las facultades cognitivas el que nos ocupa en el
psicoanálisis, sabemos que éste está influenciado o determinado por el que
llamo de la estructura, ¿qué quiero decir con esto? Que todo ser humano está
concebido no como una unidad sólida y armónica sino más bien como la
coexistencia de dos antagónicas partes, una de la que podemos dar cuenta porque
se ve en un yo del que podemos hablar, al que podemos describir, con el que nos
vinculamos al mundo y otra parte desconocida pero existente, de la cual sabemos
porque se manifiesta de muchas formas, incomodándonos, si ustedes quieren
llamémosla otro yo. Dos partes en una,
ambas constituidas por el efecto del encuentro de un ser que nace con otro que
lo recibe, depositario de unas demandas que antes han sido grito, interpretado
para la respuesta que siempre será incompleta, es decir marcada por la
imposibilidad de satisfacer todo lo que un niño pide porque lo que desea está
más allá de lo que pide.
Si
seguimos entre líneas lo dicho, nos percatamos que el psicoanálisis no propone
un discurso de los ideales, qué él mismo se sabe en falta, que su fundamento es
precisamente el no-todo, Que allí donde se espera lo propuesto hasta aquí, sabe
que no hay ni padres ni madres óptimas o ideales, es más, que allí donde la
buena voluntad del uno y del otro intenten lo mejor, el desencuentro
constitutivo de lo sexual obliga a que no se pueda operar de manera ejemplar,
por lo tanto, no hay el padre ideal que logre la empresa planteada, siempre
será insuficiente, siempre entonces el hijo apelará al recurso del síntoma,
para hablar de lo que se le hace insoportable.
Estoy diciendo en definitiva, no hay escapatoria: somos síntoma, pero
síntoma necesario soportable a veces por los otros, insoportable la mayoría,
motivo de discriminaciones y señalamientos desde el hogar hasta la escuela y
toda comunidad que quiere la homogeneidad.
Invocaba el derecho a un síntoma que lo represente,
es decir a que entendamos que allí donde decimos: yo soy, de lo que hablamos es
del síntoma que nos constituye sin escapatoria, síntoma que nos diferencia de
todos, aquello que hace impedimento al encuentro tranquilo con el otro, pero
que no es asunto de unos pocos, es de todos y que por lo tanto es un derecho
que todo niño tiene, a ser considerado como una particularidad y no sólo como
un niño problema.
Estamos entonces en el otro derecho que invoqué: El
derecho a la singularidad. Problemático,
porque nos cuestiona a todos los que estamos aquí reunidos pensando en una
colectividad: la de los niños, de pronto ese colectivo tiene que dejar de ser
una masa homogénea para pensarla como la articulación de múltiples diferencias
e individualidades. Es cierto que nos
debe mover la filosofía del bien común, pero, si lo pensamos, ese bien común se
lograría si entendiéramos que cada uno es un sujeto diferente, con deseos
distintos, con yoes diferentes; que a la educación le toca administrar y
dirigir no la estandarización sino el uno a uno de sus niños. El asunto es que es más difícil, más
complicado, y la fuerza de la corriente de la, no sé si cabe el término
universalización, nos arrastra, de buena fe pero nos lleva a negar un derecho
que por la fuerza de la estructura se impone, el derecho a la diferencia. No invoco el dejar hacer, más bien el dejar
ser bajo el principio de un intento con los niños de enseñarles a ellos mismos
a respetar el otro como distinto de sí mismo y por lo tanto el intento de convivir
pacíficamente tratando de hacer un lazo social.
Seguramente todos estamos convencidos de que es
imposible el vínculo con el otro bajo la égida de la heterogeneidad, sin
embargo lo que nosotros proponemos es el intento de la convivencia pacífica de las
múltiples diferencias, mientras no estemos convencidos de ello no lograremos
transmitirlo a nuestros niños. También
es por eso que cuando una diferencia se hace muy notoria nos angustiamos y no
sabemos qué hacer con ella, es cuando se consulta para que ese niño que hace
problema sea vuelto al redil.
Estamos entonces en el derecho al reconocimiento de
la responsabilidad del niño en lo que le pasa.
Es decir, allí donde la particularidad del infante no es medio de
vínculo sino rompimiento de lazo, siempre buscamos el culpable o responsable
afuera de él mismo, en los padres, quienes son llamados al orden por el
discurso psicológico que piensa una ecuación directa: a padre bueno, niño
bueno, ecuación que no resulta cuando vemos padres más o menos oportunos y
niños conflictivos o la inversa, allí donde las dos funciones invocadas no
operan el niño como respuesta es más o menos bien.
Esto nos lleva a pensar que lo que es un sujeto no
es efecto de una causa efecto directo, sino que el mismo sujeto responde desde
una elección que le compete única y exclusivamente a él, por lo tanto buscar la
causa y la solución en lo que hace marco para la vida de un niño, es decir en
lo que lo rodea, no es la mejor vía para respetar un derecho que a su vez se
convierte en una responsabilidad personal, saber por él mismo qué le compete de
su malestar. Porque no es cierto que los
únicos molestos sean los profesores, padres, compañeros, el primero que sufre
es el mismo niño, aunque no se percate de ello. Permitirle descubrirlo y
hacerse cargo de lo que le corresponde, es la vía del sujeto, otra es la de la
objetivación del niño que termina siendo manipulado por los adultos en la
búsqueda de un qué le pasa y un qué podemos hacer. Niños llevados de una consulta en otra, desde
el neurólogo, pasando por los de moda, los magos que abundan en todo tipo de
psicoterapias que ofrecen la cura sin contar con la palabra del niño.
Se trata pues del derecho a tomar la palabra, a
decir ante otro, algo, a elaborar lo que mortifica. Esto requiere de un tiempo particular
también, un tiempo que no puede ser concebido por las instituciones que se
inscriben en la lógica de la efectividad entendida como a menos tiempo más
resultado, más volumen de atención, menos gasto económico; esto por un lado, por
el otro la concepción de que el niño no puede tener una palabra propia porque
se lo minusvalía en su capacidad de expresar, y entonces la toma de palabra por
parte de los padres quienes terminan hablando por el hijo convencidos de que
ellos saben qué le pasa puesto que creen saber quién es. De lo que no están enterados es que si cada uno es un completo desconocido
para sí mismo, cómo va a ser posible que el otro padre, madre, maestro pueda
saber quién soy y qué me pasa.
[2] Freud S., “Introducción a Oskar Pfister,
Die Psychanalytische Methode”. En Obras completas V XII. Editorial
Amorrortu, Buenos Aires, 1980, p 352
[4] Freud S., “El
interés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas” En: Obras completas v. XIII. Editorial Amorrortu,
Buenos Aires 1980, p 192
[5] Freud S., “Conferencias de
introducción al psicoanálisis. Conferencia 34”. En: Obras completas v.XII,
editorial Amorrortu, Buenos Aires 1980, p 137
[6] Ibid. p 138
[7] Idem
[8] Ibid, p 139
[10] Ibid.
[11] Ibid. p 556
[12] Ibid
[13] Ibid. p 558
[14] Freud S., Prólogo a August Aichhorn,
Verwahrloste Jugend. En Obras
completas V XIX. Editorial Amorrortu, Buenos Aires 1980, p 296
Beatriz acabo de leer tu escrito. Muy interesante el tema del psicoanálisis y la educación entre sus bordes, límites. Resalta aquello que no es psicoanálisis y el riesgo de perderse a alguna psicoterapia o a los llamados sociales. Gracias por compartirlo.
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