sábado, 17 de agosto de 2013

PRELUDIO Nº 1 al Seminario el Adolescente de Objeto a Sujeto

EL ADOLESCENTE Y EL OTRO


POR SONIA ALBERTI
Traducción por Clara Cecilia Mesa
(No revisada por la autora)

INTRODUCCIÓN

“Hoy no hay mujer de la vida que no sea eterómana,
usan morfina… Y los muchachos imitan! Después las dolencias!...
…En poco tiempo Carlos estaba sifilítico y otras cosas
Horribles, un perdido!...Usted comprende…mi deber es
Salvar nuestro hijo…Por eso, Fräulein prepara el muchacho.
Y evitamos quien sabe? Hasta un desastre!... Un Desastre!
(Mario de Andrade, Amar Verbo intransitivo, 1927)



Para quien ya leyó Amar, Verbo Intransitivo, de Mario de Andrade, tal vez no habrá pasado desapercibida la amplitud de la preocupación del padre de Carlos con relación a su formación, al punto de haber contratado a Fräulein  Elsa para iniciarlo en el amor.  En aquel tiempo, que no está tan lejos, no sólo la voluntad del padre en casa era la ley (Inicialmente la madre de Carlos ni siquiera sabía para qué había sido contratada Elsa), también ´
El asumía dirigir la iniciación sexual del hijo pues su deber era salvarlo para que no se volviera un perdido , como decía.  Por más “paternalista” que esa posición nos pueda parecer ahora, había un deseo claro de sustentar la vida de su hijo.

No siempre es así, muchas veces constatamos, en relación a nuestros adolescentes, mucho más un deseo de muerte que el deseo de vida.  Pienso por ejemplo, en los menores de la matanza  de la Candelaria, en 1993, en Río de Janeiro, en relación a los cuales sólo un deseo se mostró eficiente:  el de que  ellos no existieran más.

Punto de vista bien diferente de aquel que se construye  a partir del personaje del padre de Kart, un general del ejército que hacía de su casa una extensión del cuartel en la obra El culpado no es el asesino sino el asesinado, de Fritz Werfel, publicada siete años antes de Mario Andrade haber editado su ya citado libro.  El personaje del general en el libro de Werfel, aún se asocia al del padre de Ricky Fitts, en el mas reciente “Belleza Americana”, película de Alan Ball dirigido por Sam Mendes (1999).  El coronel de la marina Fitts, recién jubilado monitorea de forma tenaz y cruel cada movimiento de su hijo adolescente, suponiéndole al final de cuentas una homosexualidad que, por cierto, es de él mismo.  Como sabemos en psicoanálisis, el padre no es el padre del deseo y ciertamente eso tiene algún papel en las internaciones de Ricky mencionadas en esa película.

Las vicisitudes sufridas por el siglo XX dislocaron el padre y su función en la familia.  Volviendo el trabajo de la adolescencia aún más difícil de lo que ya es.  Originalmente, exige de antemano un enorme esfuerzo del sujeto por el simple hecho de que la adolescencia implica un encuentro con el sexo – lo cual no se reduce a la relación sexual propiamente dicha pero, antes que eso es el encuentro del adolescente con las cuestiones sobre la asunción de una posición frente a la división de los sexos.  Ese encuentro que no puede ser evitado y del cual ni el mismo padre puede salvar a su hijo, será más o menos angustiante  de acuerdo con el sujeto..  Dos posiciones diferentes conforme el sujeto se sitúe del lado hombre o del lado mujer.  Privilegiaré las determinaciones inconscientes, o sea, las relaciones del sujeto adolescente con su propia alteridad, el Otro del inconsciente que el sujeto no reconoce como yo y que no deja de haber sido constituido a partir de la incorporación de los padres de la infancia.

El texto que sigue es necesariamente   un recorte a partir de muchos años de trabajo en la clínica con adolescentes, de lecturas, de textos literarios que demuestran que el artista sabe lo que el psicoanalista descubre, y de las vicisitudes de la articulación entre teoría y práctica que el ejercicio del psicoanálisis ritualiza en lo cotidiano.  La Adolescencia no es originalmente un concepto estudiado por el psicoanálisis, pero ni Freud ni Lacan dejaron de referirse a ella.  No sólo el psicoanalista no sabe qué es lo mejor para el adolescente, como tampoco pretende explicarlo.  Sin embargo, eso no le impide investigar en la historia, en la mitología, en la literatura y sobretodo en la clínica cual es el destino del sujeto en el momento, algunas veces aniquilador, del encuentro necesariamente fallido con lo real del sexo.

Así, querido lector, no espero ninguna explicación sobre lo que “disfunciona” en la adolescencia, mucho menos recetas para resolver sus problemas.  Lo invito, simplemente a preguntarse conmigo:  “Pero, finalmente qué es lo que es la adolescencia?” Juntos veremos qué tanto el papel de la elaboración de las pérdidas es fundamental y por eso, comenzaremos hablando de los padres.

QUÉ SON LOS PADRES PARA LOS HIJOS?

Contrario a lo que algunos imaginan un sujeto adolescente necesita mucho de sus padres.  De una forma un poco paradójica, a primera vista la presencia de los padres junto al adolescente es fundamental, antes que nada, para que el puede desempeñar su función de separación, por lo tanto es porque los padres están ahí que un adolescente puede escoger  separarse de ellos o no, quiere decir, si los padres no están presentes no podrá siquiera hacer esta elección.  Y la adolescencia es, antes que nada 1) un largo trabajo de elaboración de elecciones y 2) un largo trabajo de elaboración de la falta en el Otro como  veremos en las siguientes páginas.

No hay elección que prescinda de indicaciones y direcciones, determinantes que le son anteriores. El sujeto los recibe a lo largo de su infancia, de los padres, educadores, amigos, medios de comunicación , en fin, del mundo a su alrededor, a través de lo que le es trasmitido por la lengua hablada, escrita, visual, comunicativa o incluso por el silencio. Y puede continuar recibiendo esas mismas indicaciones, direcciones y determinantes, a lo largo de todo el proceso adolescente desde que no falte quien pueda trasmitírselos. Hay veces en que, frente a tantas reacciones adversas por parte del (a) hijo (a), los padres desisten de desempeñar su función de padres, entienden que no son más escuchados, tomados en serio, respetados, y entonces, levantando los hombros, desisten. Ahí, son los padres los que se separan de los hijos antes de que estos puedan separarse de ellos, invirtiendo los papeles, de forma que la única solución encontrada por el adolescente en ese momento en que se ve abandonado, es la de luchar desesperadamente por la atención de aquellos. Comienza entonces la serie infinita de dificultades y problemas de la adolescencia que será tanto mayor cuanto menor hubieren sido justamente las referencias primarias imprescindibles para el ejercicio de las elecciones.

Para los padres, a su vez, es difícil, y a veces muy difícil, soportar la adolescencia de sus hijos. Por  haber vivido diseccionado por los padres durante la mayor parte de toda su existencia hasta aquí, los adolescentes conocen no solamente los puntos fuertes si no también los punto débiles del padre y de la madre…. Y es n el momento en que comienzan a desempeñar la vía de la separación que justamente se arman de ese conocimiento para apartarse de los  padres, criticarlos y alcanzarlos en la médula en la esencia, darles pues en el corazón con el único fin de debitarlos. Es preciso una vez más una buena dosis de investidura, de donde amor, de apuesta de parte de los padres, para soportar su propio aniquilamiento a través de los hijos, única manera de que no se identifiquen con la consecuente pérdida narcisista. Eso no solamente no es fácil si no a veces imposible, razón de no haber padres ideales del adolescente pero simplemente sus padres, que lo ayudaran, en la medida de lo posible, a atravesar  el proceso descrito por Freud como el de la construcción de un túnel, cavando por los dos lados, no siempre en línea recta  pero suficientemente estructurado para permitir la travesía. Algunas veces una ayuda externa puede ser de gran valor.

Puede ser de gran ayuda para los hijos la percepción de que no se debe descartar  sus propios parámetros inclusive si se consideran anticuados, desarticulados, claudicantes, pues a pesar de tales calificativos, no dejan de ser eferencias y. como he dicho, a priori necesarias para cualquier tipo de elección. Si fueran consideradas a penas como parámetros, podrían no solo permitir si no incluso engendrar la capacidad de elección de los hijos, que elegirán seguirlos o no, o seguirlos no todos o inclusive asumir como propias las elecciones de los padres. Y no hay nada más propio de la adolescencia que poder seleccionar: esto sí, aquello no. Si los padres pueden demostrar saber seleccionar, por qué el hijo no heredaría esa capacidad?. Para poder trasmitir la capacidad propia de selección, es nuevamente fundamental saber que ella se ejerce a partir de las referencias anteriores, que determinan las elecciones de cada uno y que no siempre los parámetros de uno serán los parámetros para otro,  que ni todas las referencias de los padres, servirán para los hijos. Finalmente es necesario saber que padre y madre no son sinónimo de referencia, si no conceptos que comportan tal importancia para los hijos que estos, incluso no asumiendo parte de los parámetros de aquellos, de forma alguna deja de ser sus hijos por eso. Lo que los padres comportan para los hijos jamás podrá ser totalmente dicho, independiente del desarrollo de las ciencias y de las artes. También es verdad lo contrario: jamás se sabrá decir completamente lo que es un hijo para cada uno de sus padres.

Desde sus primeras hipótesis Sigmund Freud observaba: la primera, y por esos más intensa relación de un bebé con el mundo en que nace, se da a través de un Otro que lo preexiste, hace de él un objeto privilegiado de sus intereses e influencia el bebé de tal forma que él será necesariamente el producto de la relación de ambos – el Otro y el mismo. Sí el Otro preexiste al sujeto es también para engendrarlo. El primer Otro, para el bebé, implica necesariamente a los padres, o sus sustitutos, lo que viene a ser lo mismo. El concepto de Otro, en al realidad establecida por Jacques Lacan, consiste, antes que nada, en la referencia a un alteridad: afirmar la presencia de Otro engendra una noción de yo diferenciado.

Se escribe Otro con mayúscula inicialmente por una razón muy simple:  no se trata de otro cualquiera, él tiene una especificidad en relación a los tantos otros con los cuales el sujeto tendrá relación, la que sea, además, de la preexistencia, la de ser la única instancia a la cual el bebe puede intentar llamar en su desamparo fundamental, como decía Freud.

A medida que el bebe crecé y hace sus propias experiencias de vida incorpora la alteridad de forma que ella determina su propia constitución. El sujeto adolescente ya hace una cantidad suficiente de experiencias para que ése Otro haga parte de él, lo que no impide que busque reconocerlo en sustitutos a lo largo de toda su existencia. En la realidad. Podemos decir que el propio inconsciente del Otro es ése Otro ahora,  alteridad que el yo del sujeto no reconoce como siendo él. Yo diría inclusive que ése es un parámetro determinante para establecernos al final de la infancia: la definitiva incorporación del Otro de la infancia de manera que el sujeto no sea más tan dependiente de la idealización de los padres de su infancia. Todo niño idealiza de alguna manera sus padres pero a medida que él crece, percibe sus fallas de manera que el terreno se va preparando para el proceso de separación de la adolescencia.

La separación en cuestión no es del Otro ahora incorporado si no de los padres imaginarizados e idealizados, y sólo podrá suceder si la incorporación de los padres – como diría Freud  a propósito del  período que llamó latencia  tuvo éxito. Cuanto más sólida tal incorporación mayor habrá sido la herencia de los padres que servirá como recurso para el sujeto adolescente actuar con sus propias decisiones. Pues, a pesa de no reconocer al Otro como yo el sujeto es siempre efecto del inconsciente.

Para Freud hay una gran diferencia entre el yo y el sujeto, a pesar de encontramos en algunos puntos de su obra el ICH para nombrar ambos.  El yo, en realidad es una gestalt imaginaria que utilizo para identificar y diferenciar dos otros; el sujeto, a su vez es siempre efecto del lenguaje y sorprende por no poder ser previamente gestaltizado, por no poder estar referido a un imagen. De ahí también la clínica Psicoanalítica solo puede existir donde hay habla; en Psicoanálisis el sujeto es aquel que habla, la clínica siendo el ejercicio de advenimiento del sujeto a través de su palabra. Muchas veces el yo puede resistir el advenimiento del sujeto, impidiendo que hable, por inhibición, por cobardía, por repetición de un modo de ser que impide el surgimiento del deseo. Pues si hay realmente alfo que caracterice al sujeto es el hecho de él necesariamente ejercerse  en los diferentes  discursos como sujeto del deseo – l sujeto es el deseo, en el sentido amplio del término.

Freud decía que el deseo e inconsciente, o sea, todo deseo es deseo del Otro, lo que podemos constatar de paso en al relación del bebé con el Otro primordial: sí el bebe tiene una madre suficientemente buena, como diría D. W
Winnicott, es por que está motivada a humanizar a su hijo a partir de un deseo que ella no sabe expresar ciertamente pero que está ahí definitivamente. El concepto Winnicottiano viene bien aquí por que cuando se trata del deseo no hay modelo, prescripción y ni un mismo patrón a ser seguido. Sólo después, como todo en Psicoanálisis se da una definición de lo que fue una madre para su hijo. Es del deseo de ella que nacen las demandas del bebe, o sea, que él puede comenzar a expresar lo que quiere del Otro. A su vez, si es una madre suficientemente buena, al humanizar su hijo, también ella tendrá demandas que le dirigirá a él, y que el podrá no querer satisfacer para dejar abierto el espacio del deseo – del lado de la demanda, que no puede ser exactamente expresado, pero que es toda una razón de vivir.

Es por haber heredado la posición de deseante de sus padres que el adolescente ya no satisface las demandas de ellos.  Se dice , comúnmente, que ahora él “piensa con su propia cabeza”. Es verdad, pero, sobre todo por que él  soporta no satisfacer más las demandas de los padres, ya no teme más la pérdida del amor de ellos, en parte por ya haber tenido pruebas suficientes de que no se pierde fácilmente, y en parte por que ya no es eso lo que más le interesa.  El adolescente se experimenta como autor de un deseo que no está allá donde localizaba antes el mayor peso de sus relaciones:  en la demanda de amor par garantizar una protección contra el desamparo fundamental.-

Para poderse desempeñar como sujeto del deseo es preciso que el adolescente no se engañe con las demandas de amor  que no dejan de ser una tentativa de velar le hecho de las imposibilidades.  El adolescente debe saber que no hay como escapar del desamparo fundamental intrínseco al ser humano, por más dolorosa que sea esa constatación, él ya sabe que el Otro no puede protegerlo apenas enriquecerlo con algún recurso para encarar el desamparo solo. Hay varios nombres en Psicoanálisis para ello el más divulgado es el concepto de castración. Inspirado en mitos y rituales de una serie infinita de culturas, Freud puede constatar en ellas que las prácticas de castración  son inscripciones, en el cuerpo, de los límites que cada sujeto debe observar frente a las leyes que humanizan.  Hoy, en la cultura occidental, la castración pretende ser puramente simbólica y la imposibilidades  son transmitidas simbólicamente, al menos en principio. Para acceder al deseo es necesario el reconocimiento de la castración de la cual, sin embargo, el deseo se alimenta!. Los padres también están castrados y es por eso que el hijo puede dejarlos, llevado consigo el mejor equipaje que pueden recoger!. Poder encara el desamparo, las imposibilidades, someterse a la castración simbólica es el largo trabajo de elaboración de la falta en el Otro que se ha dicho con respecto a la adolescencia.


Durante todo el proceso de la adolescencia habrá momentos en los que el sujeto necesitará retornar rápidamente a la ya ilusoria relación que mantenía con los padres. Un puerto seguro en sus tentativas exhaustivas de soportar la separación. Pero a medida que le proceso se concluye, y si el sujeto no resiste tanto al inconsciente que lo determina – La Otra Escena donde está su deseo – ya no es en los brazos de la madre ni en el cuello del padre en donde  el sujeto encuentra recursos si no en el Otro del inconsciente con todas sus herencias que le sirven de bastón.

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