domingo, 18 de agosto de 2013

PRELUDIO Nº 2 al seminario El adolescente de Objeto a Sujeto

EL ADOLESCENETE, EL DISCURSO DEL AMO (DEL MAESTRO?) Y EL DISCURSO DEL ANALISTA
Por Sonia Alberti.

Traducción de Clara Cecilia Mesa (Revisada por la autora)

Digo que la adolescencia es una elección del sujeto. Él  puede elegir atravesarla o no.  La única forma de representarnos el  sujeto  como responsable, en la contraposición que el psicoanálisis le impone a la ideología psicojurídica del siglo XIX, es atribuirle una responsabilidad, ejemplarmente pleiteada por Althusser, por la elección de su pathos.

En la más perfecta tradición freudiana, el sujeto hace la elección sin darse cuenta de sus consecuencias.  Elegimos la enfermedad, sea neurosis o psicosis, sin contabilizar el precio que pagará por esa elección.  Normalmente el sujeto se engaña, creyendo que no pagará ningún precio pero la única manera de elegir sin pagar un precio posterior es pagarlo a la salida.
Como elección del sujeto, la adolescencia implica pagar el precio de la separación de los padres y asumir que el Otro está tachado, está castrado.  De este modo, no es posible pensar la adolescencia sin referirse a la castración, pues el trabajo que la caracteriza, es la tentativa de elaborar la castración de alguna manera.

Los ritos iniciáticos, de los primitivos, al piercing, pasando por el grafiti, son inscripciones culturales en el cuerpo del sujeto y en su mundo que convierten [1] la castración para dar cuenta de la angustia intrínseca en ella.  El incremento de las identificaciones con el otro, en fenómenos que van de la moda y del mayor o menor cuidado con el cuerpo en las competencias grupales – deportes, grupos minoritarios, juegos, salas de Chat, el Internet-, permiten a veces más, a veces menos velar el hecho de que falta un significante en el Otro.  La pasión y las diversas formas de amar, a su vez intentan colmar la relación sexual imposible.

Si el neurótico realmente teme alguna cosa, explicó Freud, esa “cosa” dice respecto a la castración del Otro, o sea,  el teme que la falla en el Otro implique su no sustentación como sujeto.  Objeto de estudio de varios de sus textos, la castración del Otro aparece bajo la noción de “nostalgia del padre” en “El Porvenir de una Ilusión” [2]en el cual Freud nos mostró qué tan importante es para el sujeto creer que hay algo que lo soporta.  Esa importancia sería la razón de existir, por ejemplo de la religión, que le atribuye una consistencia al padre.

Como digo en “La Vacilación de la pareja en la Adolescencia”[3] texto originalmente presentado en Toulouse, la castración del Otro implica que, en el fondo sólo lo simbólico es lo único que puede sustentar la existencia del sujeto en el Otro.  Como lo simbólico no da cuenta de todo, como siempre falta un significante, falta también algo que sustente el sujeto.  Cuando falta la sustentación simbólica, tenemos la psicosis.  Volveremos sobre eso.

La adolescencia es un trabajo de elaboración de la falta en el Otro.  Muchas veces, a pesar de haber escogido hacer ese trabajo, el sujeto encuentra muchas dificultades y puede acabar escogiendo la pereza.  Dos vicisitudes inmediatas: La cobardía y con ella la depresión; y la inhibición y con ella normalmente la cobardía o el “meter los pies por las manos” Eh ahí como un adolescente puede ser asistido: En la relación con los profesores o con el psicoanalista.

PSICOSIS
En la Psicosis, la posición más radical que el sujeto puede asumir es ciertamente la que Eugen Bleuler bautizo esquizofrenia, en la cual, como dice Lacan, el sujeto está sin  el socorro de ningún discurso establecido.  Si no hay ese socorro, falta también la dimensión de llamado tan común en las multifacéticos actuaciones de nuestros adolescentes.

El sujeto  psicótico que tiene crisis en la edad en que normalmente los sujetos son adolescentes está tan sometido al Otro que no tiene ni la menor idea de cómo un día se podrá separar de él.  Las tentativas son tan variadas… y jamás resultan en una pista para una posible salida.  En “O surto esquizofrênico na adolescencia”[4] observé que normalmente son los propios padres que ya no soportan el estado en que se encuentra su hijo y por eso buscan un analista.  Es sorprendente, lo mucho que soportan hasta que lo  buscan o hasta que se preguntan si allí no hay algo que trasciende los conflictos familiares normales de la adolescencia[5]

Mientras que el adolescente hace un trabajo en vista de la pérdida  de la autoridad de los padres, el sujeto psicótico no puede hacerlo en razón de la forclusión del significante del Nombre del Padre que sustenta esa autoridad.  En tanto el adolescente anclado en el significante, elabora poco a poco la fragilidad de los revestimientos que le atribuye a la autoridad durante toda su infancia, el psicótico no puede elaborarla.

            En la imposibilidad de echar mano  del Nombre del Padre, en ese momento tan decisivo de la adolescencia, el sujeto procura  restituirle la consistencia imaginaria a la autoridad de los padres, razón por la cual, en la clínica de la esquizofrenia en la adolescencia, observamos que el sujeto se somete con extrema facilidad a la autoridad de los padres – o de quien los sustituye- cuando ya no sabe qué hacer.[6]

Es por no tener esa referencia, por, como se dice en lenguaje Lacaniano, el Nombre del Padre estar forcluido en la psicosis, que esos sujetos permanecen en la dependencia de otra referencia concreta, imposibilitados de hacer el trabajo de la adolescencia que conforme a Freud, es el desasimiento de la autoridad de los padres.  Ante la ausencia de esos padres sea por falta de investidura, sea por exceso de trabajo o por el mismo abandono (hay además, varias formas de abandono), el joven psicótico puede encontrar quien quiera “hacer de cuenta” que los sustituye, con las más diversas intenciones.  El actual lucro del tráfico de drogas, ciertamente no es la única.[7]

Es el intento por restablecer alguna investidura y alguna consistencia lo que hace que el sujeto psicótico le atribuya al otro, alguna proximidad.  Esta se dará, si mucho en los moldes narcisistas y en el mejor de los casos, por preservar una gestalt imaginaria, con todos los riesgos que la relación imaginaria conlleva.  Hay casos en los cuales la investidura tiene una única finalidad: incrementar el goce del cuerpo que , aún así estará siempre a merced del goce del Otro.  En la experiencia invasora del cuerpo, presente tanto en la hipocondría melancólica – tal como fue descrita por Cotard- como  en el despedazamiento esquizofrénico, el cuerpo deja de ser propio, él es del Otro.  En la esquizofrenia, el “Otro toma cuerpo” haciendo presente una alteridad que goza en la economía pulsional del sujeto; en el que la pulsión, sin pasar por otro objeto, retorna directamente sobre ese cuerpo.  Preso en esa economía, cuya experiencia, cada día se torna más invasora y terrible, la necesidad   por un punto de basta es también cada vez más insoportable.  Es el momento en el cual presenciamos el pasaje al acto en las psicosis.

ASISTENCIA
Propongo que el psicótico puede ser atendido tanto por los maestros como por el psicoanalista.  Diría más, esas propuestas si bien son muy diferentes, no son excluyentes.  Ambas pueden ser encontradas en la obra de Freud.  El maestro y el adolescente fueron trabajados por él una conferencia en conmemoración del aniversario de su Colegio,  y  en su análisis de “El despertar de la Primavera”[8] , de Frank Wedekind.  Más allá de eso, entre los casos que fundamentaron la técnica psicoanalítica, uno de los más importantes se basa en el trabajo con una adolescente: el Caso Dora.

Lo que distingue particularmente el maestro del psicoanalista es la posición que cada uno toma frente al sujeto adolescente.  Esa posición fue estudiada por Jacques Lacan, sobretodo a partir de “El seminario, libro 17: El Reverso del Psicoanálisis  (1969-1970), en el cual propone la existencia de cuatro discursos que hacen lazo social, entre ellos, el discurso del amo y el discurso del analista.  En el discurso del amo, el agente es el S1; en el discurso del analista, el agente es el objeto “a”.  es toda la diferencia:  Cuando el objeto “a” es el agente , el otro es un sujeto, y es como tal que el analista se dirige al adolescente, para hacerlo hablar y hacerlo producir su propia determinación: descubrir su inconsciente y verificar lo que determina su sufrimiento, a fin de descubrirse como sujeto deseante.  Cuando el agente es S1, conforme al modelo hegeliano, el otro es esclavo y debe trabajar en pro del amo satisfaciendo sus deseos y demandas.  El texto de Frank Wedwkind ya nos dio la oportunidad de verificarlo.

Hay dos leyes posibles de ser transmitidas por la escuela: La vehiculizada por la función paterna tachando el deseo del Otro, o sea la ley que castra al Otro, y la ley de pura interdicción, que no sustenta al sujeto deseante, sino que lo tiraniza, exigiéndole que trabaje y deje su propio deseo para después.  Es esa segunda forma de la ley que aparece en el texto de Wedekind, en la descripción de la experiencia del personaje Moritz:
Melchior- Yo sólo quería saber  por qué es que la gente vino a parar a este mundo
Moritz: - Para ir al  Colegio.  Yo preferiría ser un burro de carga a ir al Colegio!  Para qué vamos al Colegio? Para hacer los exámenes! Y para qué los exámenes? Para ser dejados caer[9]
                                                         
Esto nos apunta a la relación posible entre el maestro y el alumno como semejante a aquella de la que Schreber habla cuando dice que  no importa lo que haga, Dios podrá dejarlo caer en cualquier momento.  Dios es para Schreber un Otro omnipotente y sin límites, una autoridad absoluta, el Otro no tachado.  Ese Otro sin límites es, en el caso de Moritz, el profesor, que no se inmuta con cualquier llamado del alumno, destituyéndolo como sujeto.  Fue sobre eso, de hecho, que Freud habló en su contribución al Simposio sobre el Suicidio en la Sociedad Psicoanalítica de Viena en 1910[10], al indicar que los maestros se deberían ocupar más en darle apoyo  a los alumnos a partir del lugar de la función paterna.  No es desde ese lugar que actúan los profesores de Moritz.  Al contrario, ellos los dejan caer, y él se suicida.

La palabra del padre de Moritz, rechazando el hijo en la ceremonia de su entierro, confirma esa hipótesis.  Él dice, con la voz embargada por las lágrimas: “El muchacho no era mío, el muchacho no era mío, desde pequeño no me agradaba ese muchacho”  En vez de la función de soporte  que el padre asume en el momento en que barra la madre diciendo: “El muchacho también es mío y por lo tanto usted no puede hacer con él lo que usted quiera”, el padre de Moritz escoge no ejercer la ley que abrirá para su hijo el camino para el deseo; la única cosa que quería es que el hijo estudiase para realizar lo que él no conseguiría.

Otro pasaje de la pieza  denuncia la manera por la cual la ley de la pura interdicción masacra al muchacho, que, sin saber como escapar de ese Otro avasallador, comienza a engañarse él mismo:

Moritz: - Ellos van a tener que reprobar siete.  En el grupo del año que viene sólo caben 60 alumnos
[...]
Moritz: - Yo pasé Melchior, yo fui aprobado, yo pasé [En realidad, Moritz no pasó]
Lämmermeier: - Usted no debe tener  derecho! Sacando a los otros, con usted y Ernst la clase queda con 61 alumnos y el número de cupos vacantes es de 60.
Moritz: -  Es por eso que yo demoré! Allá estaba escrito que nosotros dos pasaríamos con una condición:  En el primer semestre ellos van a escoger quien se va a quedar.  O él o yo.  Desgraciado del Robel! Desgraciado! Ahora, yo juro: no tengo ningún miedo.
Lämmermier: - La vacante va a quedar con él, apuesto cinco marcos!

El concurso por una vacante en una clase superior destituye subjetivamente al alumno, que entra en total angustia y pasa a negar la situación.  Es tal la angustia frente a la destitución subjetiva que, en el caso de Moritz el yo se afirma en un movimiento megalomaníaco de omnipotencia ante la posibilidad de la pérdida narcisista.  El sujeto puede o no montar tales defensas. En el caso en que su recurso a la metáfora paterna sea escaso, el sujeto es  ahí capturado en la irrealización, a través de  la ley salvaje de la competencia que la escuela de la pieza adopta del mundo del mercado   En el caso de Moritz frente a esa pérdida – pues en la realidad él  efectivamente no pasó el año – no le queda otra  alternativa sino el suicidio.

Es muy distinta la educación como acto de amor, que también puede ser verificada en el caso de Moritz.  La Señora Gabor, madre de Melchior, el mejor amigo de Moritz, fue siempre muy amable con él.  Cuando Moritz se ve dejado caer, aún tiene la idea de pedirle a la señora Gabor una ayuda financiera para huir hacia los Estados Unidos, pero ella no lo puede ayudar, pues ella identificada como todas las madres, cree en la posibilidad de que Moritz pueda resolver sus cosas con sus padres.

Sra Gabor: -[ ... ] Si yo procediese de esa manera estaría cometiendo el mayor error que jamás se podría imaginar, yo le estaría dando medios para  que usted cometiera un acto de irreflexión lleno de consecuencias.  Sería injusto de su parte Moritz, si usted viese en mi actitud cualquier señal de desprecio, pero por favor, mi amigo, entienda, muy al contrario, mi actitud es un acto de amor[...] Usted escribió que si su huida no fuera posible su única alternativa sería el suicidio!  Escribiendo eso, indirectamente, usted me está amenazando!

Con esas palabras la Sra. Gabor muestra como se identifica subjetivamente con aquel a quien Moritz le dirige su llamado,  a punto de hablar de amor en el momento en que Moritz solicita a un Otro que no esté narcisistamente, al menos una vez, en el camino de su propio deseo.  El amor, aquí como en tantas otras veces, no es el que implica un don, sino, el amor narcisista de la Sra Gabor  que se otorga el derecho de saber mas sobre Moritz  que lo que sabe él mismo. Una señora que se hinchó narcisistamente frente al hecho de haber sido elegida por el joven como aquella a quien debía dirigir su demanda de ver franqueada la vía del deseo.

Pero una vez el texto de Wedekind revela las falacias que pueden estar implicadas en la relación del adolescente con el maestro (amo): la creencia en el amor.  En el caso del analista, lo mínimo que se podría esperar sería un “hábleme más sobre eso” provocando el sujeto para la subjetivación de su propia pregunta.

El Sr. Gabor es muy diferente a su esposa: Cuando se trata de su propio hijo, su actitud es un ejemplo de lo que en 1956 Lacan llamó “el amor como un don”[11]
Sr. Gabor: [Hablando con su esposa después de que Melchior ha sido descubierto y, por tanto, expulsado de la escuela por sus actitudes] – Durante 14 años vengo observando sus métodos modernos de educación sin decir ni una palabra.  14 años y yo nunca dije nada [... ]  Un niño no es un juguete! El niño merece de nuestra parte una atención más sagrada! [...] Ahora lo único que yo quiero hacer es remediar el daño que nosotros, usted y yo le hicimos a nuestro hijo! [...] si quisiéramos mantener por lo menos una luz de esperanza y si, además de todo quisiéramos tener la conciencia tranquila como padres responsables por un hijo acusado de criminal, nos llegó el momento.  Es hora de tomar una actitud.  Necesitamos tener seriedad, de una vez por todas. [...] Por lo menos una vez en la vida, olvídate de ti y pon a tu hijo en primer

Se trata aquí del amor como don, de olvidarse de si para sostener al otro, función  del padre para el sujeto (cf. Seminario 4 de Lacan), lo que es totalmente diferente de la actitud del amor narcisista identificado en el discurso de la Sra Gabor cuando se dirigía a Moritz. Con el amor como don, el padre de Melchior se implica y, por eso, sabe que tendrá que perder alguna cosa.  Ese padre asume la función paterna de sostener a su hijo tachando a la madre, que como él mismo dice en otro momento del texto, se ve en el muchacho.  Ese padre, lejos de eso, se presenta dividido sufriendo por la posición que se ve obligado a tomar como padre, una posición que no tomara como debería, mostrando que falló, que tanto él como su esposa le hicieran mal a su hijo.



Hay por tanto dos posiciones en juego: la ley del padre que “necesita tener seriedad, tomar una actitud para poder tener la conciencia tranquila” y el deseo de la madre, que se identifica con Melchior, que lo quiere reflejado en ella.  Sin embargo, es la actitud del Sr. Gabor  la que le abre a Melchior la posibilidad  de encontrar al hombre enmascarado, personaje de Wedekind que Lacan  identificó con uno de los Nombres del Padre de los cuales Melchior se podrá servir.

En efecto, en su prefacio a la edición francesa de la pieza, Lacan dice que el Hombre de la Máscara es el  Nombre del Padre de Melchior, pero el nombre como ex – sistencia, el semblante por excelencia- “[...] solamente la máscara existirá en el lugar vacío”[12].

El Hombre de la Máscara le recomienda a Melchior que le deje de atribuir tanta significación a los hechos ocurridos  y que se tome una sopa bien caliente para que se sienta mejor.  La primera función del Hombre de la Máscara es vaciar de sentido las escenas de los últimos meses  y garantizar que ese vaciamiento no haga que Melchior pierda todas sus referencias, puesto que él, el Hombre de la Máscara, estará siempre a su lado, para acompañarlo.  En  otras palabras, él apunta que la función del padre operó pero eso no lo implica en el lugar del padre.  El Hombre de la máscara no es el padre, pero el resto de significante  del padre que le permite a Melchior una referencia simbólica, que, aún así, alude a un más allá del padre. Cuando el Hombre de la Máscara seduce a Melchior a conocer el mundo, como Mephisto para Fausto, él asume esa forma híbrida a la cual hace referencia Lacan al mostrar la asociación entre EL Hombre de la Máscara y La Mujer como versión del padre.  La Otra para siempre en su goce.
El habla terapéutica:
Hombre de la Máscara: -[...] Yo te quiero abrir las puertas del mundo. Tu quieres? Tú estás asustado, completamente perdido, pero eso pasa.  Tú estás en un estado lamentable, con una cena caliente en el estómago, te reirás de eso.
Es en ese punto que encuentro el campo de intersección entre el discurso del amo y el discurso del analista.  El analista tampoco es el padre, y si él no se mantiene al lado del sujeto para siempre, como hace el Hombre de la Máscara, es sólo porque puede convocar el sujeto a elaborar su travesía para ir más allá del padre, sirviéndose  de él, dejando caer al analista, en el movimiento inverso de aquel que identificamos en el sujeto, sujetado al discurso del amo.  Pero no siempre eso es franqueado al analista: es posible que, como se dan en las psicosis, el sujeto no se pueda servir del padre.  Incluso, en ese contexto, sin embargo,  su lugar será diferente del lugar ocupado en el discurso del amo.



[1] Convierten  (la idea es  utilizar la misma palabra que la del síntoma histérico porque se pretende enfatizar que estas inscripciones en las gestalten son análogas a las conversiones histéricas Sugerencia de traducción de la autora
[2] FREUD,  Sigmund. “Die Zukunft einer Illusion”. In Studienausgabe, vol. IX.  Frankfurt: S. Fischer, 1972. Cf. También FREUD, Sigmund. “Zur Psychologie des Gymnasiasten” (1914). In Studienausgabe,  vol. IV, idem.  Ver en Español :  FREUD, Sigmund, en Obras Completas « El Porvenir de una Ilusión”, Vol III y « La Psicología del Colegial” en Vol II En Editorial Biblioteca Nueva.
[3] ALBERTI, Sonia. “Vacillation du sujet dans l’adolescence”, Trèfle - Bulletin de L’Association Freud avec Lacan, n. 2. Toulouse, 1999, p. 63-79
[4] ALBERTI, Sonia (org.) Autismo e Esquizofrenia na clínica da esquize.  Río de Janeiro: Ríos Ambiciosos, 1999.
[5] ALBERTI, Sonia.  Esse Sujeito Adolescente.  (1996) Rio de Janeiro: Rios Ambiciosos, 1999, pag. 119.

[6] ALBERTI, Sonia.  Esse Sujeito Adolescente.  Idem, pag. 123.
[7] (¿explico para acrecentar al texto:) de esas otras intenciones. Como pudo observar en un trabajo presentado en 1999 en jornada del Centro Minero de Toxicomanía intitulada “Psicóticos e adolescentes: por que se drogam tanto?”, innumerables casos de adolescentes toxicómanos muestran como el trafico pudo aprender a servirse de las psicosis justamente porque el sujeto psicótico busca a un otro que tiene una consistencia.

[8] WEDEKIND, Frank. L’éveil du printemps (1891). Paris: Gallimard, 1974.
[9] Idem.
[10] FREUD, Sigmund. “Suicide in childhood” (1910). In Minutes of the Viena Psychoanalytical Society. New York: International University Press Inc., 1967. Vol. II.
[11] LACAN, Jacques. . (1956-7). Le Séminaire, Livre IV: La relation d’objet.  Paris : Seuil, 1994.
[12] LACAN, Jacques. (1974) . “Préface à L’évil du printemps”. Autres écrits. Paris, Seuil, 2001, p.561-4.

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